Autor: William Morris

Ella vaciló, se detuvo y giró, pensando en sus ojos, las profundas ventanas grises de su corazón, estaban húmedos, pensé que se suavizaban con un nuevo arrepentimiento para advertir en los míos miserias no dichas, y como una oración se levantó desde mi corazón y luchó en mis labios en la fuerte red de vergüenza, ella se quedó conmigo, y gritó “¡Hermano!», nuestros labios se encontraron, sus queridas manos me condujeron al paraíso.
Dulce pareció aquel beso hasta que sus pies se fueron, dulce me pareció la palabra que dijo, mientras podría ser como música sin palabras. Pero la verdad cayó en mí, y conocía el beso y la palabra, y, dejado solo, parecía que estaba cara a cara con un muro de piedra, mientras a mi espalda latía un mar ilimitado.

traducción: HM

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