Autor: Robinson Jeffers
Cuántos dan su espalda a sueños y magia, cuantos niños corren a casa a la madre iglesia, el padre Estado, para descubrir en sus brazos la deliciosa calidez y pliegue de almas. La edad debilita y se establece en casa hacia viejos caminos. Una era de fe renaciente: dijo Cristo, escribió Marx, dice Hitler, y aunque parezca absurdo creemos. Tristes niños, sí. Es solitario ser adulto, necesitas un padre. Con un poco de práctica creerás cualquier cosa.
La fe retorna, hermosa, terrible, ridícula, y los hombres están dispuestos a morir y matar por su fe. Pronto vienen las guerras de religión, siglos han pasado desde que el aire tembló entonces con intensa fe y odio. Pronto, quizás, quien sea que quiera vivir indemne deberá hallar una cueva en la montaña o construir una celda de roca roja del desierto bajo secos enebros, y evitar a los hombres, vivir con lobos más amablemente y cuervos más afortunados, esperando por el fin de la era.
Ermitaño de celda de piedra contemplando con grandes ojos atónitos, ¿qué extravagante milagro los ha asombrado con luz, qué visiones, qué loca gloria, qué alas? Veo el sol ponerse y levantarse y la hermosa arena del desierto y las estrellas a la noche, la increíble magnificencia de las cosas. Yo, el último hombre viviente que ve la tierra y los cielos reales, la vida real y la muerte real. Los otros son todos profetas y delirantes creyentes con fiebres de fe.
traducción: HM