Autor: Rupert Brooke

Cuando te veo, que eres tan sabia y agradable, contemplando con tonta enfermedad a aquel tonto al que entregaste tu amor, tus manos adorando tocaron las suyas tan íntimamente que cada uno comprende, lo sé, las cosas más ocultas, y cuando me entero que tus sueños más sagrados se rinden a la estúpida inclinación de sus labios rojos, y que la gracia vacía de aquellos brazos y piernas fuertes, aquel rostro rosáceo, ha golpeado tu corazón a tal llama de amor, que tú le has dado cada contacto y movimiento, arruga y secreto tuyo, toda tu vida -¡oh!, entonces sé que estoy esperando, amante-esposa, por el gran tiempo cuando el amor esté por acabar, y todo su fruto esté para observar la nariz engrosada, el cuello sudoroso y la cara y ojos apagados, que son los tuyos, y tú, más seguramente, ¡hasta que mueras! Día tras día te sentarás con él y advertirás la corbata más grasienta, el sucio abrigo arrugado, mientras la belleza se convierte en pompa, y la fuerza en grasa, y el amor, el amor, ¡el amor en un hábito! Y después de eso, cuando todo lo que es fino en el hombre esté cerca del fin, y tú, que amaste la vida joven y limpia, deberás cuidar un feo cuerpo enfermo, viejo y tambaleante, cuando sus raros labios cuelguen fláccidos y no puedan contener la baba, y tú estés soportando aquella cosa peor, el hacer el amor futivo y nauseoso de la senilidad, y buscando aquellos años queridos para el significado humano, apoyando la cabeza calva e indefensa, y limpiando un retazo arrojado por la vida, y el amor esté olvidado, entonces tú estarás cansada, y la pasión muerta y podrida, y él estará sucio, ¡sucio! Oh, ágil y libre y ligero de pies, que el pobre corazón llora por ver, ¡así es cómo veré a tu hombre y a ti!
Pero tú -¡oh, cuando llegue ese tiempo, tú estarás sucia también!

 

traductor: HM

Vistas: 0
Compartir en