Autor: Robinson Jeffers
El universo se expande y contrae como un gran corazón. Se está expandiendo, las nebulosas más lejana se precipitan con la velocidad de la luz al espacio vacío. Se contraerá, las inmensas armadas de estrellas y galaxias, nubes de polvo y las nebulosas se retiran a casa, se aplastan una contra la otra en un puerto, se pegan en un bulto y luego explotan, nada puede sostenerlas, no hay modo de expresar esa explosión, todo lo que existe ruge en llamas, los torturados fragmentos se precipitan desde cada una a todo el cielo, nuevos universos enjoyan el negro seno de la noche, y lejos la nebulosa exterior invade el vacío como lanceros cargando. No asombra que estemos tan fascinados con fuegos artificiales y nuestras grandes bombas: es un tipo de enfermedad doméstica quizás por la ráfaga de fuego aullante de la que nacimos.
Pero la suma total de las energías que hicieron y contienen el átomo gigante sobrevive. Reunirá nuevamente y apilará, el poder y la gloria, y sin duda explotará nuevamente, diástole y sístole: el universo entero late como un corazón. La paz en nuestro tiempo nunca fue una de las promesas de Dios, pero atrás y adelante, vive y muere, arde y sea condenado, el gran corazón latiendo, bombeando en nuestras arterias su vida terrible. El es hermoso más allá de la creencia. Y nosotros, simios de Dios –o niños trágicos- compartimos en la belleza. Lo vemos encima de nuestro tormento, para eso es la vida. El no es Dios del amor, ni de la justicia, de una pequeña ciudad como la Florencia de Dante, ningún Dios antropoide haciendo mandamientos: éste es el Dios al que no le importa y jamás cesará. Vean a los mares allí destellando contra esta roca en la oscuridad, miren a las estrellas de la marea –y la caída de naciones- y el amanecer vagando con pies blancos húmedos por el valle Caramel para encontrar al mar. Estos son reales y vemos su belleza. La gran explosión es probablemente sólo una metáfora, no sé si de la violencia sin rostro, la raíz de todas las cosas.
traducción: HM