Autor: Varoufakis, Yannis
Una joven que conocí hace poco me comentó que no era tanto la existencia del mal en estado puro lo que la sacaba de quicio, sino más bien las personas o instituciones con capacidad para hacer el bien que, en cambio, acaban perjudicando a la humanidad. Su reflexión me hizo pensar en Karl Marx, cuya batalla contra el capitalismo consistió precisamente en eso: no tanto demostrar que era explotador sino que era deshumanizante y alienante a pesar de ser una fuerza progresista.
Si bien es posible plantear que los sistemas sociales anteriores habían sido más opresivos o explotadores que el capitalismo, sólo bajo el actual sistema los seres humanos han sido completamente alienados por sus productos o ambientes, divorciados de su trabajo, tan robados incluso de un módico control sobre lo que pensamos o hacemos. Luego de ingresar en su fase de tecnofeudalismo, nos volvió a todos en una versión de Caliban o Shylock –mónadas en un archipiélago de yoes aislados cuya calidad de vida está inversamente relacionada con la abundancia de artilugios que produce nuestra maquinaria de última generación-.
Esta semana, junto a otros políticos, escritores y filósofos, hablaré en el festival de Marxismo que se celebrará en Londres, y una de las cuestiones que me ocupa es el modo en que hoy los jóvenes claramente sienten esta alienación que Marx definió con prístina claridad. Pero la persecución y represión de inmigrantes y políticos anticapitalistas –por no mencionar la distorsión algorítmica de sus voces- los paraliza. Aquí se puede rescatar a Marx con sus consejos sobre cómo superar esta parálisis –buen consejo que yace enterrado bajo las arenas del tiempo.
Por ejemplo, el argumento de que las minorías que viven en Occidente deben asimilarse para que no acabemos siendo una sociedad de extraños. Cuando Marx tenía 25 años, leyó un libro de Otto Bauer, un pensador al que respetaba, en el que defendía que, para tener derecho a la ciudadanía, los judíos alemanes debían renunciar al judaísmo.
Marx se enfureció. Aunque de joven no tenía tiempo para el judaísmo, de hecho para ninguna religión, su apasionada demolición del argumento de Bauer es un espectáculo para la vista: «¿El punto de vista de la emancipación política da derecho a exigir del judío la abolición del judaísmo y del hombre la abolición de la religión? … Del mismo modo que el Estado evangeliza cuando adopta una actitud cristiana hacia los judíos, el judío actúa políticamente cuando, aun siendo judío, exige derechos cívicos».
El truco que Marx nos está enseñando aquí es cómo combinar un compromiso con la libertad religiosa de judíos, musulmanes, cristianos, etc. con el rechazo total de la presunción de que, en una sociedad de clases, el Estado puede representar el interés general. Sí, los judíos, los musulmanes, las personas de creencias que quizá no compartamos -o ni siquiera nos gusten mucho- deben emanciparse inmediatamente. Sí, las mujeres, los negros y las personas LGBTQ+ deben obtener la igualdad de derechos mucho antes de que cualquier revolución socialista aparezca en el horizonte. Pero la libertad exigirá mucho más que eso.
Pasando al tema de los trabajadores inmigrantes que afectan los salarios de los trabajadores locales, otro campo minado para los jóvenes de hoy, una carta que Marx envió en 1870 a dos asociados en Nueva York ofrece brillantes pistas sobre cómo tratar no sólo con los Trumps y Mileis del mundo, sino también con algunos izquierdistas que han mordido el anzuelo de la antiinmigración. En su carta, Marx reconoce plenamente que los empresarios estadounidenses e ingleses estaban explotando a propósito la mano de obra barata de los inmigrantes irlandeses, enfrentándolos a los trabajadores nativos y debilitando la solidaridad laboral. Pero para Marx era contraproducente que los sindicatos se volvieran contra los inmigrantes irlandeses y adoptaran postulados antiinmigración. No, la solución nunca fue desterrar a los trabajadores inmigrantes, sino organizarlos. Y si el problema es la debilidad de los sindicatos, o la austeridad fiscal, entonces la solución nunca puede ser convertir a los trabajadores inmigrantes en chivos expiatorios.
Hablando de sindicatos, Marx también tiene un espléndido consejo para ellos. Sí, es crucial aumentar los salarios para reducir la explotación de los trabajadores. Pero no caigamos en la fantasía de los salarios justos. La única manera de hacer que el lugar de trabajo sea justo es acabar con un sistema irracional basado en la estricta separación entre los que trabajan pero no poseen y la ínfima minoría que posee pero no trabaja.
Marx dice: “Los sindicatos funcionan bien como centros de resistencia contra las intrusiones del capital. Pero generalmente fracasan por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en lugar de intentar también cambiarlo”.
¿Cambiarlo en qué? Una nueva estructura empresarial basada en el principio de un empleado, una acción, un voto: el tipo de programa que puede inspirar de verdad a los jóvenes que ansían liberarse tanto del estatismo como de las corporaciones dirigidas por los resultados de empresas de capital de riesgo o por un propietario ausente que tal vez ni siquiera sepa que posee parte de la empresa para la que trabaja.
Por último, la frescura de Marx brilla cuando tratamos de dar sentido al mundo tecnofeudal en el que la gran tecnología, junto con las grandes finanzas y nuestros Estados, nos han encapsulado subrepticiamente. Para entender por qué se trata de una forma de tecnofeudalismo, algo mucho peor que el capitalismo de la vigilancia, tenemos que pensar como Marx habría pensado de nuestros celulares, tablets, etc. Verlos como una mutación del capital -o «capital nube»- que modifica directamente nuestro comportamiento. Para comprender cómo los avances científicos alucinantes, las redes neuronales fantásticas y los programas de inteligencia artificial que desafían la imaginación han creado un mundo en el que, mientras la privatización y el capital de riesgo acaparan toda la riqueza física que nos rodea, el capital en nube se dedica a acaparar nuestros cerebros.
Sólo a través de los lentes de Marx podremos entenderlo realmente: que para poseer nuestras mentes individualmente debemos poseer el capital en la nube colectivamente.
