Autor: Richard Brautigan

La viajera que atraviesa los Halles a la caída del verano marchaba sobre puntas de pie, la desesperación rodó hacia el cielo sus grandes y bellos aromas, y en el bolso estaba el frasco de sales de mis sueños que sólo habían respirado la marrana de Dios, el torpor se desplegó como la niebla en el perro que fuma, donde acababan de entrar los pros y los contras, la joven sólo podía ser vista por ellos mal e inclinada, ¿se trataba del embajador del salitre o de la curva blanca sobre fondo negro que llamamos pensamiento? Las linternas prendieron fuego lentamente en los castaños, la mujer sin sombra estaba en el Pont-au-Change, Rue Git-le-Coeur, los sellos postales no eran los mismos, las promesas de noches estaban al fin atenuadas, las palomas mensajeras se besaron para pedir ayuda y se unieron a los pechos de la bella desconocida, bajo el crespón de los significados perfectos, una granja prosperó en el corazón de París, y sus ventanas se entregaron a la vía láctea, pero todavía estaba deshabitada a causa de los recién llegados, quienes sabemos que son más devotos que los renacidos, algunos a los que les gusta esta mujer parecen estar nadando, y por el amor les entra un poco de su sustancia, ella los interioriza, no soy el juguete de ningún poder sensorial, y sin embargo el grillo que cantaba en el cabello ceniciento, una tarde cerca de la estatua de Etienne Marcel, me dirigió una mirada de inteligencia, me dijo, ‘pasa’

traducción: HM

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