La mejor sociedad

Autor: Philip Larkin

Cuando era niño, pensaba, casualmente, que la soledad nunca necesitaba ser perseguida. Todos tenían algo, como la desnudez, estaba a mano, no especialmente bueno o especialmente malo, una cosa obvia y plena no del todo difícil de comprender. Luego, después de los veinte, se volvía cada vez más difícil de obtener y más deseada –aunque del mismo modo más indeseable; por lo que tiene estar solo, para alcanzar el rango de hecho, ser expresado en términos de otros, o es justo una creencia hecha compensatoria.
¡Mejor estar acompañado! Para amar debes tener a algún otro, dar requiere un legatario, buenos vecinos necesitan todas las parroquias llenas de gente para hacerlo –en síntesis, nuestras virtudes son todas sociales, si privados de soledad se irritan, está claro que no son de la especie virtuosa.
Viciosamente, entonces, cierro mi puerta. El fuego del gas respira. El viento afuera anuncia la lluvia vespertina. Una vez más la soledad incontrastable me soporta en su palma gigante, y como una anémona de mar, o simple babosa, allí cautelosamente despliega, emerge, lo que soy.

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