Autor: Philip Larkin
Mañana, una puerta de vidrio, destellos de nombres dorados reflejan la nueva ciudad, cuyas estanterías y cúpulas blancas viajan todo el día por el lento cielo. Aterrizo para permanecer aquí, y las ventanas se abren en tropel, y las cortinas vuelan como palomas y un pasado se seca en un viento.
Ahora déjenme acostarme bajo una indiferencia de anchas ramas, caras de pala como monedas en el revés de la mente, encuentran voces acuñadas en un argot de cuernos de motor, y dejen que las casas desordenadas mantengan para sí sus gruesas vidas.
Porque esta ignorancia de mí parece un tipo de inocencia. Debería herirla lo suficiente rápido: dejame respirar hasta que entonces arribe a su Edén de leche iracunda, hasta que mi propia vida lo confisque, cayendo lento, velo gris colgado, un robo, sólo un estilo de morir.