Autor: Philip Larkin
Solitario en Irlanda, dado que no era casa, la extrañeza hacía sentido. El salado rechazo del discurso insistiendo así en la diferencia, me hacían bienvenido: una vez que se reconocía eso estábamos en contacto con sus calles ventosas, al final de las colinas, el tenue olor arcaico del muelle, como un establo, El grito del vendedor ambulante de arenques, cada vez más débil, demostró que yo estaba separado, pero no que fuera imposible de trabajar.
Vivir en Inglaterra no tiene tal excusa: estas son mis costumbres y establecimientos, sería bastante más severo rehusarse. Aquí, ningún otro lugar garantiza mi existencia.
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