Autor: Philip Larkin
El día de la explosión sombras apuntaban a la cabeza del pozo: el montón de escoria dormía al sol.
Por el sendero vinieron hombres en botas tosiendo conversación llena de palabrotas y humo de pipa, haciendo frente al renovado silencio.
Uno estaba cazando conejos, los perdió, regresó con un nido de huevos de alondra, los mostró, los alojó en los pastos.
Así pasaron en barbas y pantalones de gamuza, padres, hermanos, sobrenombres, risa por las altas puertas abiertas.
Al mediodía vino un temblor, las vacas pararon de masticar un segundo, el sol se ocultó como en una bruma de calor difusa.
Los muertos van delante de nosotros, están sentados cómodos en la casa de Dios, deberíamos verlos cara a cara… Pam, como letras en las capillas, se dijo y por un segundo las esposas vieron hombres de la explosión más grandes que en la vida que manejaban… Dorados como en una moneda o caminando de algún modo desde el sol hacia ellas, uno mostrando los huevos intactos.
