Autor: Philip Larkin
Luego de comparar vidas contigo por años veo cómo he estado perdiendo: en todo el transcurso encontré chicas diferentes de las tuyas. Te lo garantizo, y todo el resto tiene sentido también: mi mortificación ante tus fáciles, tu mistificación ante mi incompetencia… Todo prueba que jugamos en ligas separadas. Antes, no podía creer tus intrigas porque pensaba de todas las chicas lo mismo, pero sí, tú embolsaste aves reales, aunque sean de portadas de extraterrestres.
Ahora creo que tus asombrosas escaramuzas en el tren, tutorial y cabina telefónica, la esposa cuyo marido observaba afuera es afín mientras ella se comportaba tan malamente en un baño, y todo el resto que atraen desde aquel mundo descripto sólo en domingos, donde querer es ser querido enseguida, busco encontrar, y nadie se enoja o parece preocuparle lo que les digas, o lo que no: un mundo donde toda la tontería es anulada, y la belleza es la jerga para el sí. Pero igualmente, ¿has notado a las mías? Ellas tienen su mundo, no mucho comparado con las tuyas, pero donde trabajan, y envejecen, y se sacan de encima a los hombres siendo poco atractivas, o demasiado tímidas, o teniendo principios morales… De cualquier modo, ninguna se entrega: algunas se ponen bastante rígidas con disgusto ante cualquier cosa salvo el matrimonio: eso es todo lujuria y entonces no vale la pena considerarlo, ellas comienzan buscando tu sombrero, entonces tienes que mentir hasta que todo se confunde: se alejan durante meses, ambos, hasta que el colapso deviene remordimiento, lágrimas y preguntarse por qué tú siempre comienzas con esos aburridos juegos estériles… Pero allí, no me importa mi indignación salvaje: soy más feliz ahora que tengo las cosas claras, aunque es extraño que nunca hayamos encontrado el tipo del otro: debería haber iguales oportunidades, pensé. Debo terminar ahora. Un día quiza sabré qué te hace tan afortunado en tu promedio…
Una de esas ‘más cosas’, ¿podría ser?
Horatio
