Autor: Waja Xipai
Allí estábamos, al borde del bosque. La pantalla de la computadora llevaba mucho tiempo encendida, todo estaba preparado para que nada saliera mal: que no se cayera Internet, que no se agotara la batería de la computadora y que tuviera un vaso de agua con hielo delante de mí para no quedarme sin palabras. El silencio llenaba el otro lado de la cámara hasta que apareció una figura, y allí estaba: António Guterres, el hombre que habla en nombre del mundo, el secretario general de las Naciones Unidas.
Una semana antes, recibí una invitación de un periodista preguntándome si quería entrevistar a Guterres. Yo acepté. Era la primera vez que hablaba con alguien tan importante, y no tenía idea de qué iba a preguntarle. Como indígena, conozco muy bien el dolor de la selva, porque su cuerpo es una extensión del nuestro. Cuando hablo del cuerpo de la selva me refiero a todo. Son los otros humanos que viven en ella: es un árbol, es el suelo, el río, y sus habitantes. Sabía que mis preguntas estarían relacionadas con mi condición de indígena.
El encuentro se organizó a días de la conferencia climática Cop30, que se está por llevar a cabo en Belém. ¿Cómo es, desde la perspectiva de Guterres, ver cómo nuestro planeta, nuestro hogar, se vuelve gradualmente hostil? Yo sé cómo es, en mi piel y en mi alma. Creo que él también lo entiende en su alma, así que imaginé cuál sería su reacción si lo llevara a mi territorio. Tendría que salir por la única ciudad que frecuentamos, Altamira, para llegar a mi tierra. El viaje se haría en lancha rápida y, dependiendo de la época del año, duraría entre tres y seis días. Parte del trayecto consistiría en navegar por el río Xingu y luego entrar en otro río, el Iriri, que atraviesa mi pueblo.
Si el viaje fuera en verano, cuando el clima es seco, tendría que bajarse varias veces de la lancha para ayudar a empujarla, ya que cada verano el Iriri se vuelve más seco, hasta el punto de que la embarcación se arrastra por el lecho del río. Entonces podría ver con sus propios ojos que el río también tendría distintos tonos verdosos debido a la proliferación de cianobacterias, que crecen en aguas más cálidas, y a los nutrientes presentes en los sedimentos liberados por la minería ilegal. Me hubiera gustado preguntarle si entiende lo que se siente al ver cómo cambia de color –el color de la muerte, de la civilización occidental desquiciada explotando recursos naturales- el río de su pueblo.
Al llegar a mi territorio, sin duda le ofrecería pescado para comer, que podría estar contaminado en cierta medida por el mercurio, también vertido al río por la minería. Y si pasara unos días allí, los líderes le hablarían de las formas en que protegemos nuestra tierra de la amenaza constante de quienes quieren invadirla y destruir el bosque. Quisiera que viera todo esto, no en informes o mapas, sino en persona, el agotamiento del río y el sufrimiento de los peces que ya no respiran como antes. Y entonces, ¿qué me respondería?
Quizás respondería con algo similar a lo que dijo: «Es esencial que tomemos conciencia a nivel mundial de que las comunidades indígenas son nuestros defensores de la naturaleza, nuestros defensores del planeta […] las áreas que controlan son aquellas en las que la naturaleza está más protegida, la biodiversidad está más garantizada y la absorción del carbono liberado a la atmósfera está más asegurada».
Lo que dijo es verdad, pero también es verdad que el resto de la humanidad hace poco por protegernos. En Brasil la codicia de los blancos los llevó a invadir nuestras tierras, matar a nuestros líderes y shamanes, violar a nuestras hijas y mujeres, y ejecutar a nuestros hombres. Algunos de nuestro pueblo, que no pudieron soportar el dolor, acaban suicidándose. Siento que el mundo es desagradecido con nosotros. Pero aún así, continuaremos luchando mientras sigamos con vida.
Le pregunté a Guterres si entendía la idea de que nosotros no estamos separados de la naturaleza, que los ríos, árboles y otros humanos no somos recursos. Ellos son parte de nosotros. Si algo aprendí de mis contactos con otros pueblos indígenas del mundo es el concepto de Madre Tierra, que significa que la naturaleza y la humanidad pertenecen a una misma familia. El parece entenderlo pero no el resto de la humanidad. La idea de que los humanos son superiores a otras especies nos ha llevado a esta crisis que estamos experimentando hoy. Como dijo Guterres: “Debemos ser capaces de terminar la guerra, que, desafortunadamente, hemos emprendido contra la naturaleza. Sé que Lula entiende mucho de esto, y que tenemos que escucharlos a ustedes, fuentes de toda sabiduría y razón en un mundo actual gobernado por un mafioso exterminador de la naturaleza como Trump”.
Luego de una hora de conversación Internet falló y se cortó la comunicación con el capo de la ONU. Me dio la sensación de que ambos nos quedamos con algunas incertezas. El exterminio que causan garimpeiros y petroleras ha avanzado al punto de arruinar nuestros paisajes, nuestros alimentos y nuestros silencios. Si continúa el ritmo de depredación así pronto la Pacha Mama se tomará revancha…
No creo en la resistencia del río o en la persistencia de las pirañas, me parece que después de esta COP30 debería precipitarse la devastación, y que se precipite la devastación que todos estamos estamos anhelando en un mundo tan cruel e injusto.
