Autor: Philip Larkin

«Por supuesto estaba drogado, y tan pesadamente que no retomé la conciencia hasta la mañana siguiente. Estaba horrorizado de descubrir que había sido arruinado, y por algunos días estuve tan desconsolado, y lloré como un niño que va a ser asesinado o enviado de vuelta a mi tía”.
—Mayhew, el trabajo en Londres y los pobres de Londres-

Aún tan distante pude probar el dolor, amargo y punzante con tallos, él te hizo tragarlo. La impresión ocasional del sol, la breve y agitada preocupación de las ruedas en la calle donde la novia londinense se inclina hacia el otro lado, y ligera, incontestable, y alta y ancha, prohíbe la cicatriz a curar, y conduce a la vergúenza fuera del ocultamiento. Todo el día sin apuro, tu mente yace abierta como un armario de cuchillos.
Barrios marginales, años te han enterrado. No me atrevería a consolarte si pudiera. ¿Qué puede decirse, excepto que el sufrimiento es exacto, pero cuando el deseo se hace cargo, las lecturas se tornarán erráticas? Porque tú apenas te cuidarás de ser menos engañada, afuera en aquella cama, de lo que fue él, tambaleándose en la escalera sin aliento para irrumpir en el desolado ático de la plenitud.

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