Autor: Ezequiel Pose
En Argentina, todo vuelve. Hasta los políticos que juraban ser “los paladines de la transparencia” y que, con un vuelo privado, nos demuestran que la coherencia en este país es más escasa que la carne a precio cuidado. Esta semana, el diputado liberal José Luis Espert volvió a los titulares. Y no fue porque insultó a un gremialista, ni porque descubrió una nueva manera de cobrar impuestos al aire que respiramos. Fue porque, ¡sorpresa!, lo alcanzaron sus vínculos con Federico “Fred” Machado, empresario acusado de narcotráfico, lavado de dinero y fraude, detenido en Argentina con pedido de extradición a Estados Unidos. Sí, leíste bien: el mismo hombre que se llena la boca con discursos de “mano dura contra el delito” habría recibido —según denuncias y documentos periodísticos— el amable aporte de campaña de un señor que, para la DEA, es más peligroso que un kilo de harina en la cocina de un exministro. Hoy aparece en fotos, videos y expedientes judiciales vinculado a un tipo acusado de mover cocaína como si fueran alfajores en un recreo escolar. Y no hablamos de un saludo protocolar en un cóctel empresarial: hablamos de 200.000 dólares para su campaña, un avión privado prestado y una camioneta Jeep Grand Cherokee para pasear por el país como si fuera Mick Jagger versión liberal.
Lo tragicómico es que todo esto lo sabemos hace años. Pero cada tanto reaparece, como esas películas malas que nadie pidió pero que Netflix igual te mete en la pantalla de inicio.
En los registros oficiales de campaña, no aparece ningún avión privado. Pero sí aparece un video en el que el propio Espert agradece a Fred Machado por “el excelente vuelo”. O sea, si esto fuera un sketch de Capusotto, tendríamos al “Liberal transparente” brindando con champagne en un jet privado mientras grita: “¡No hay plata!”.
En un país donde te pueden embargar por no declarar un ventilador en Mercado Libre, un diputado se subió a un avión narco y lo único que declaró fue “¡Gracias, Fred!”.
La camioneta Jeep Grand Cherokee que usó Espert en campaña no era suya: era de un primo de Machado, Claudio Ciccarelli. Y como si el guión necesitará más dramatismo, la camioneta terminó apedreada en medio de la gira. El símbolo es demasiado evidente: el hombre que prometía orden y seguridad viajaba en un vehículo prestado por un entorno narco y terminó atacado a piedrazos. Freud se haría un picnic con este caso.
La línea defensiva de Espert es la misma que usan todos los políticos atrapados con las manos en la lata: “¡Operación política!”. Al parecer, el manual del buen funcionario argentino tiene solo tres páginas:
1. Negar
2. Decir que está todo aclarado.
3. Culpar a otro. Y en especial a quienes se llamen Juan Grabois.
Una respuesta tan gastada que ya deberían venderla en sobrecitos instantáneos junto con la sopa Maruchan: agregás agua caliente y tenés tu excusa lista para salir en TN. Espert, que se las da de valiente, terminó aplicando la receta kirchnerista que tanto detesta. Y lo más gracioso es que la excusa le sale peor: grita tan fuerte “¡operación!” que casi parece que está tratando de convencer al espejo.
El gran problema no es solo el avión, la camioneta o la plata. El problema es la hipocresía. Espert construyó su carrera política sobre dos pilares:
La moral de hierro: “yo no me vendo”.
La seguridad estilo Terminator: “los delincuentes tienen que temblar”.
Pero cuando los delincuentes aparecen en su propia campaña, resulta que son “amigos que me dieron una mano”. ¿Cómo era? ¿Mano dura o mano narco?
El narco-liberalismo nació. Ya tenemos un nuevo género político: liberal en los discursos, flexible en la contabilidad, dependiente de los aportes turbios. Liberales de cartón también…
Ahora me gustaría, y al lector también, saber: Si Espert pide cárcel para los narcos, ¿se incluye a sí mismo en el tour?
En cualquier democracia seria, esto sería un escándalo nacional de semanas. En Argentina, es apenas un trending topic. Ese es nuestro drama: naturalizamos lo intolerable. Y así, los mismos que nos hablan de orden y de moral vuelan gratis en jets sospechosos mientras predican virtudes republicanas.
