Si sangras es tu propio asunto

Autor: Tyler Malone

Ya el segundo viernes de escuela, Los mayores aún no habían castigado a ningún chico de primer año por su clasificación, así que esa noche, las chicas que aún estaban de relleno se cebarían con botellas de Boones Farm, y los de primero, los testículos recién caídos, sólo podían disfrutar cerveza si consentían una pulseada en el ring construido por Josh en el patio.

Aunque Josh jamás había batido a alguien, se pasó todo el verano construyendo el ring, y esto lo limpiaría de lo que suponía era una mancha vergonzosa de no violencia. Por sus esfuerzos, suponía Josh, seguramente algún novato le sería sacrificado. Sabiendo y esperando quién podía ser, Josh pidió permiso a su amigo Bowman para que fuera su hermano menor. Burr, podía pelear.

“Depende de Burr” dijo Bowman apáticamente. “Aunque su instructor de karate le dijo que no pelee, sólo defensa”.

“El no es el Karate Kid. El es un maricón, igual que su hermano mayor”.

“Burr ha estado entrenando duro: sin tv, levantándose temprano, él es una bestia. Y es rápido. No he disfrutado segundos en la cena en semanas. Burr me venció en ello. El chico es demasiado rápido”.

“Tu culo gordo es muy lento para la buena comida” dijo Josh mientras hurgaba el vientre de Bowman –que se inclinó bajo una remera “Taco Smile Taco Stand”. Girando su cabeza, el cuello gordo recogiéndose bajo su barbilla, Bowman dijo “Si él firma tu contrato, es su propio asunto. A mi no me importa”.

•••••••

Josh encontró a Burr en el almuerzo. “Aquí, firma esta renuncia a pelear conmigo esta noche en mi lugar”.

Burr miró encima del papel de impresora. El documento usaba un fláccido lenguaje legal: “Al firmar, estás de acuerdo en que Josh no podrá ser considerado responsable de ninguna lesión infligida durante la pelea del club. Si sangras es tu propio asunto”.

Burr pidió que el abogado de Josh lo revisara.

“Los abogados son los pelos del culo de la humanidad”.

Josh sabía que el papá de Burr era un abogado local, procurador de la libertad de expresión, Josh creía que no necesitaba un abogado para su discurso. No, en su mente él era libre de decir lo que le agradara.

“¿Es realmente éste un club de pelea, o sólo te gusta su sonido?” preguntó Burr. “Tienes un boxeador de dibujos animados en el papel”.

“Sólo para hacerte saber en lo que te estás metiendo. Es solo un ring de box, sin patadas, Bruce Lee”. Josh emitió una risa tosiendo mientras cortó un trozo de sándwich de pollo de la cafetería. “Todos tus amigos se están yendo”.

“Lo sé, pero tengo una competencia mañana”.

“No es mi problema. pero estoy seguro que tu hermano no quiere un hermanito maricón. Eres una fruta si te pierdes esto”.

Burr firmó con una raya “———————”.

•••••••

Esa noche, tres barriles reposaban en el patio como dioses rechonchos en cubos de basura forrados con hielo de gasolinera; las bolsas de hielo vaciadas, aún húmedas y frías, se enrollaban alrededor de los árboles y se pegaban a las hamburguesas secas de vaca. Mangas de copas rojas se erguían como velas en un santuario sintoísta. Música sin palabras salía de un traqueteante Dodge Neon, y los supergraves de los maleteros de otros vehículos hacían latir el corazón con irregularidad espástica.

El público bebía y esperaba que entraran los guantes, lo que le pareció bien a Josh, que había estado bebiendo desde que pudo llegar a una tienda de conveniencia después de la escuela. Había una caja de cerveza destrozada, azul y plateada, hecha trizas junto con paquetes de cecina en el baúl de su camioneta. Doce latas aplastadas yacían por el suelo como asteroides plateados arrugados. El estaba por completo demasiado feliz para dar los guantes a los primeros contendientes: un veterano llamado Winston —un hombre de clase, aclimatado al derramamiento de sangre— y el tierno novato llamado Ricky. Winston sostuvo sus guantes. Cuando el novato fue a darles un golpecito en un lado de la cabeza cayó como un árbol con las raíces podridas. Con eso, Ricky fue bienvenido al redil.

Luego de que un barril de cerveza se convirtiera en un contenedor metálico de espuma, llegaron Bowman y su hermano. Josh midió el tamaño de Burr. El novato usaba un par de delgados y atléticos shorts, una remera Nike, medias blancas que cubrían sus canillas lampiñas como cilindros, y zapatillas de basket, heredadas de su hermano -que, si no le aterrorizara cualquier velocidad superior al trote, habría jugado a este deporte- agraciaban los pies de Bowman.

Con los guantes de box puestos, Josh sintió que estaba poniendo sus manos como las huellas de una estrella en el Camino de la Fama de Hollywood. Mientras Burr puso sus manos lentamente en guantes delgados y comunes, Josh se desplazó, sosteniendo una jarra de cerveza en su bulbosa, enguantada mano derecha. “Prepárate para esto” dijo Josh mientras mató una lata y, como Cristo, levantó sus brazos e inclinó su pecho, flexionando sus brazos. “Esto es lo que firmaste. Te voy a hacer una mariconectomía…”.

Sin embargo, Josh no estaba preparado para el silencio de Burr o el modo en que él contemplaba, ojos como la mirada de un interno en el callejón de la muerte. Josh se tambaleó mientras bajó los brazos y giró para levantar las cuerdas y entrar en el ring.

En su rincón, mentalizado, Josh se golpeó los nudillos enguantados. Sus puños subieron como Jack Dempsey e intentó que sus pies se pusieran a bailar bajo su cuerpo como Fred Astaire, pero ambos le salían pobremente. Pero él no sabía eso, Josh pensaba que su cuerpo se movía suavemente mientras en realidad él parecía la víctima paralizada en un salón de baile.

Cuando los luchadores llegaron al alcance de cada uno, el bajo devino en un murmullo –el jaleo de la fiesta tan silencioso como las luces. En este momento, Josh pensó que Burr era un enviado de Dios, una bolsa de punching cercada por alambre de púas. Pero si Dios puede enviar a un mequetrefe a la vida de uno, El también podía enviar un huracán.

Ante un timbre constante, Josh sintió los guantes rojos de Burr como ladrillos. El lado izquierdo de su cabeza tomó el golpe que lo envió al piso de chapa del ring. Apenas podía abrir los ojos para ver los shorts y las piernas depiladas de la chica, veteranos sosteniendo rojas sudaderas, o los suaves, angulados tobillos de Burr. Y desde su oreja izquierda ya no podía oír más el bajo. La oreja sólo ofrecía sangre rodando hacia su cuello.

traducción: HM

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