En su funeral aún se veía como Johnny Cash

Autor: Tyler Malone

“Eso suena bien. Mientras el Señor Jesucristo no regrese antes entonces”.

Esta fue la primera respuesta que obtuve de mi abuelo, Pawbe, cuando le dije que deseaba dibujar.

“¿Cuándo desea regresar Jesús?”

“No lo sabemos. Nadie lo sabe. Pero será pronto”.

Yo no respondí. Solo me deslicé por el tobogán negro y sin humor de Star Wars en su patio trasero. En segundos alcancé el fondo donde estaba parado Pawbe. Se veía inmenso y oscuro, como si hubiera estado fumando. Pero él nunca ponía pecado a sus labios.

“¿Por qué debería regresar Jesús antes de que yo crezca y tenga que ir a la escuela?”

“Porque eres un pecador, y yo lo soy, todos lo somos. Necesitamos su gracia salvadora, entonces está volviendo para destruir la tierra”.

“¿Destruir?” le pregunté mientras saltaba del borde del tobogán y volvía a subir las escaleras. Yo lancé mi cola a la cima del tobogán y la gravedad operó su magia. En segundos estaba de vuelta en el patio de Pawbe, de nuevo enfrente de Pawbe.

“La palabra de Dios tiene todas las respuestas a todas tus preguntas”.

“Ese es un libro aburrido”.

“¿Aburrido?” gritó él en el aire matinal del domingo. “Ese libro es lo que te salva, así tú estarás en el cielo luego de que el Hijo del Hombre retorne”.

“¿Es allí donde iremos cuando él regrese?”

“Sí. Flotamos hacia el glorioso reino del Cielo con él”.

Yo pensé en el tobogán. Me gustaba más caer que volar. Había estado en aviones antes. Los aviones son ascensores y elevadores.

Pawbe continuó “Y tu quieres estar en el Cielo, no en el Infierno. El infierno es un pozo de dolor. ¿Recuerdas cuando ese escarbadiente atravesó tus pies?”

Yo no recordaba el dolor. Nadie recuerda el dolor, solo incidentes.

“Es como ese, pero todo sobre tu cuerpo, y para siempre”.

“Quiero ir al Cielo”.

Pawbe sonrió como si hubiese hecho una venta.

“¿Pero cómo es?”

“Espléndidas calles de oro, y nosotros cantamos a nuestro glorioso y grandioso Dios. Para siempre”.

“¿Voy a tener para dibujar?”

“Dudo que lo desees. Tendrás que adorar. Para siempre”.

Para entonces, yo estaba arriba del tobogán de Star Wars. Solo me senté. Miré el cielo de las 8:45. Quería dibujarlo, nubes y todo, pero con aviones de combate y su feroz descarga, y con el intenso calor de bombas de racimo vertidas. Y quizás incluso algunas figuras corriendo con sus cabezas en llamas.

Me deslice por el plástico, deslizarme por el tobogán de película sin siquiera encontrar la sacudida en mis alegres entrañas. Al fondo, Pawbe miró al interior de su casa donde bizcochos se hinchaban en el horno.

“Déjame preguntarte algo. ¿Le has preguntado a Jesús en tu corazón?” Yo arranqué pasto del césped de Pawbe. Se salió de la tierra con un chasquido.

“No, señor”.

“¿Por qué no?” preguntó en un tono agudo. Un tono que solo podría obtener alguien con autoridad. El tono que sólo es usado hablando con niños.

“Nadie me ha mostrado cómo”.

“¡Oh, bologna! Has estado en la iglesia. Has visto a la gente ir al frente cuando termino mi sermón, cuando Dios los llama”.

“Yo no pienso que Dios me llamó”.

“Bologna”. El se inclinó. “Es porque te sientas en el banco, garabateando, ignorando a Dios y tu madre no te detiene para salvarte”.

Yo arrancaba el césped con mis dedos.

“Escucha, muchacho”.

Levanté mi cabeza cubierta con pelo desaliñado.

“Todo lo que tienes que hacer es rezar en nombre de Jesús y serás salvado”.

Yo recordé una cosa de uno de los sermones de Pawbe porque me asustó.

“Pero tú dijiste que Dios no gira en torno a mis oraciones. ¿Pero que El me escuchará si deseo ser salvado e ir al Cielo?”

“Sí. Tiene que hacerlo. Esa es toda la esperanza que tienes”.

Yo dejé caer el pasto. Toda la esperanza que tenía era que Dios me eligiera para escucharme y salvarme.

Me parece, consideré deslizarme por el tambaleante tobogán de juguete una vez más cuando escuché a mi padre abrir la puerta y anunciar que el desayuno estaba listo.

Miré a Pawbe con mi labio inferior vergonzosamente atascado bajo la fila superior de mis dientes.

“Hablaremos sobre esto más tarde” dijo él.

“Y si te veo garabateando en la iglesia, te azotaré hasta que babees”.

Pawbe era Dios para mí, mientras se paraba como un obelisco bloqueando el sol. Poco sabía de lo mucho que me odiaba.

Años después Pawbe murió. Mi hermano y yo arribamos a su iglesia y caminamos al primer cuarto con un ataúd abierto. Miramos el cuerpo: gris, como muerto, dorado con el tinte de sangre química.

Mi hermano preguntó en un tono silencioso como si fuera a despertar al hombre, “¿éste es Pawbe?”

“Tiene que ser”, dije yo. “Pero recuerdo que se veía igual a Johnny Cash. No tanto, ya no más”.

“Bueno, él se ajusta a la descripción” concluyó mi hermano mientras posó su cabeza sobre el cuerpo. “Traje negro, viejo y muerto. Es él”.

El cuarto estaba vacío con solo 20 minutos para ir al funeral. Ni dolientes, ni familiares, ni sombría congregación ni sombríos capataces fúnebres a la vista. Pero el cuarto vacío se sentía bien.

Entonces entró mi mamá, diciendo que estaba buscando a sus hijos, y preguntó por qué estábamos en el cuarto del señor Alexander. El funeral del señor Alexander era más tarde. El cuerpo de Pawbe estaba en el salón de la confraternidad. ¿Nuestra excusa? Dijimos que estábamos buscando un baño.

Dejamos al señor Alexander en el cuarto vacío.

Durante el funeral de Pawbe hubo dolor por el fallecido, niños enterrando a su padre, y versos de la biblia reafirmando una bendita vida eterna.

Yo me incliné, sintiéndome enfermo y pálido con tristeza. Pero agarré un lápiz gordo sobre un banco, en el estante junto a los sobres del diezmo. Abrí el sobre y luego lo aparté hasta que solo fue un pedazo de papel –todo con el minimo ruido, soltando y rompiendo el pegamento que lo sostenía-. Dibujé el Cielo en mi cabeza. 

traducción: HM

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