Autor: Máximo Redondo
Gane quien gane, el derrotado será el ciudadano, la gente de a pie, o con un auto barato para hacer uber, el buscavida gasolero que mira la tele o el celular para enterarse de los acontecimientos que pasan sin que pueda ser protagonista de ninguno. La mishiadura la comparte con todos, la indiferencia por una ciudad que mata de hambre o frío a los pobres que deambulan por ella buscando piedad o milagros que cambien su destino de decadencia y marginalidad social.
Los aires de libertad imbuidos por La Libertad Avanza son mefíticos, están llenos de partículas de odio y depravación. Son insalubres para cualquier mente inquieta o crítica. Los “valores” que ostentan son tan repugnantes como abominables, todos sus actos están dirigidos a la protección de la elite delincuente de cuello blanco, de los grandes evasores y representantes del crimen organizado, con quienes comparten su avidez por la rapiña y la muerte de los enemigos. Promotores y defensores del genocidio israelí en Gaza, practicantes de un seguidismo y lameculismo trumpista que sólo pueden causar estupor al representante del pueblo menos instruido, y agradar a cretinos galardonados como su candidato Adorni, a la vez vocero de la obscena degradación gobernante, del cualquiercosismo impune que impone una miseria planificada como la que retrató Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar.
No hace falta detenerse en los otros candidatos, son todas muestras de la bajeza y escoria que prevalece en la “casta” política argentina robustecida con el mileísmo rivotrilizado: Rodríguez Larreta, Lospenato, Marra, Levy, Santoro, no son todos lo mismo pero ninguno cambiará nada, sólo dan tristeza o desilusión anticipada, promesas de revertir o combatir la crueldad que se irán por la canaleta de la sumisión y la resignación a un estado de cosas cada vez más angustiante y desesperante.
Son 17 candidatos en total que se postulan a una legislatura que se caracteriza por su inacción y torpezas. Representan a partidos políticos que reunieron requisitos comprando funcionarios y seguidores en redes sociales, atrapados en boletas electrónicas manipuladas por algoritmos abyectos, programados por mentes brillantes de compañías lavadoras de dinero. Sus plataformas avergüenzan por su carencia completa de soluciones a los problemas acuciantes de la ciudad de Buenos Aires, como su cada vez más alta tasa de suicidios, con los problemas de salud desatendidos y un sistema educativo colapsado por varios frentes y actitudes docentes que reflejan su locura o desolación, su pérdida de contacto con la realidad maldita que les toca vivir en la Argentina de 2025, pronta a entregarse a las manos de cualquier empresario lascivo que le regale a Milei nuevos perros mesiánicos.
Así como no se muestran propuestas ni plataformas, así como se acepta un sistema manipulable y hackeable por cualquier hijo de vecino, como se llevó a cabo un fraude escandaloso en Ecuador sin que a la OEA se le mueva un pelo, ahora que supuestamente tiene un dirigente que le cayó en gracia a los líderes resistentes de la Patria Grande, como Lula o Petro. Verdad es la que batió Warren Buffet, al desestimar el argumento de que la lucha de clases no existe, y que es un bluff de la izquierda retrógrada, explicando sencillamente que tal contienda sí se ve en forma palmaria en países como Argentina, y que la están ganando los ricos por una paliza descomunal.
Así, en estas condiciones, no tuvimos que reflexionar mucho sobre a quién votar. No queremos ser desencantados o vivillos que ponen fetas de salame o queso podrido en las boletas, o que se burlan de los presidentes de mesa, o que van agresivos a depositar su voto en la urna con rencor o desidia. Fue fácil elegir a Vanina Biasi, candidata de la izquierda acusada de antisemita por denunciar el genocidio israelí en Gaza, a quien el juez Rafecas –devenido ahora en defensor de genocidas (se ve que los israelíes le caen mejor que los argentinos)- pretende encarcelar por ello. Lo hacemos no porque comulguemos con su visión de la ciudad, ni siquiera del gobierno, sino como un sencillo y humilde acto de solidaridad, a través de algo que aparentemente no tiene mucha relación con la suerte de la ciudad autónoma de Buenos Aires, pero que en el fondo es sustancial para conservar un mínimo de dignidad humana en estos tiempos difíciles.