La competencia de meadas

Autor: Brownstein, Michael

El cielo tardío de la mañana estaba celeste, rico, casi real. No había brisa, un suave noviembre, los árboles desnudos de hojas, el sol demasiado brillante.

“Verano” murmuró uno de ellos. Ninguno podía recordar un noviembre tan cálido.

Ellos caminaron en un pequeño racimo por el centro de la calle como era su práctica: cinco chicos, no una banda pero amigos por tanto como ellos podían recordar.

El pequeño Joe porque era alto y musculoso, el gran Joe, porque tenía cinco pies. Jet, que le podía ganar una carrera a cualquiera. El flaco Jim que no era ni flaco ni Jim pero le gustaba como sonaba su sobrenombre, y Simon Dice, su líder. Cuando llegaron a la intersección, ellos ignoraron la señal de detenerse, caminaron en una sola fila por la ocupada calle, conduciendo Simon. Big Joe al final, deteniendo el tráfico.

“Solo cuatro bocinazos”, dijo Little Joe.

“Pensé que escuché cinco” repondió Jet.

“No importa” intervino Simon. “En ningún lugar cerca de nuestro record de catorce”.

“Quizá deberíamos caminar más despacio” dijo Little Joe.

“No se pueden cambiar las reglas tan tarde en el juego” replicó Simon.

Los chicos asintieron, caminaron rápidamente al parque, su banco, y se reunieron alrededor de Simon.

“Tuve una idea anoche. Díganme qué piensan de ella” comenzó luego de que cada uno se estableció en su lugar. “Leía sobre una pandilla en el Bronx cuando esa enfermedad, el sida, vino primero, Parece como si se lo contagiara de agujas usadas”.

Todos a su alrededor asintieron con sus cabezas para demostrarle que le estaban prestando atención.

“Hoy no se escucha mucho sobre el sida, pero entonces hacía que la gente se meara en los pantalones del miedo que tenían. Esos chicos verían un objetivo y los amenazarían con apuñalarlos con sus agujas si ellos no les daban alguna cosa”. El hizo una pausa, miró sobre sus amigos y continuó “No quiero hacer eso. Demasiado peligroso y llevaría mucho tiempo. Tengo una idea mejor. ¿Saben del covid que mantiene la escuela cerrada?” El no esperó una respuesta. “Todos están usando barbijos porque se contagia de respirar sobre alguien. Todos tenemos máscaras ahora, ¿o no?”

Todos asintieron.

“Pero no las estamos usando. Esta es mi idea. Busquemos a alguien –algún tipo- usando un barbijo, con guantes, todo el lío y que parezca que tiene algo que podamos robarle. No vamos a robar nada, solo algo de diversión. Veamos cuántos hacemos que se meen en sus pantalones”.

“¿Cómo vamos a hacer eso?” preguntó Jet.

Simon siguió hablando como si no hubiese sido interrumpido. “Pensé en que ubicaríamos a alguien que no parezca tan temeroso, barbijo y guantes y todo, lo rodeemos y comencemos a respirar pesadamente en su rostro. Entonces corremos un poco, vemos si se mea y buscamos a otro”.

Los chicos pensaron que esto era gracioso. Se rieron mucho y fuerte, y cada uno imaginó el pis rodando por el frente de los pantalones de alguien y se rieron más fuerte.

Unos pocos minutos después ellos estaban en camino buscando su primer objetivo.

“Ahí hay uno” dijo Slim Jim.

“Sí” contestó Jet.

Entonces ellos lo rodearon y comenzaron a respirar pesadamente apuntando a su cara.

“¿Uh?” pronunció el hombre. El tenía un buen y fuerte barbijo, un par de guantes de trabajo, y estaba cargando un maletín. “¿Qué quieren?”

Los chicos no dijeron una palabra, sólo se mantuvieron respirándole hasta que él se apartó, golpeó a Little Joe que era el más alto y fuerte, maldijo y dijo “Okey, okey. Si paran les daré lo que quieran”.

“No queremos nada” contestó Simon y observó con satisfacción mientras Little Joe sopló una gran nube de aliento directamente al rostro del hombre que entonces lo perdió, balanceó su maletín en un arco atrapando a Big Joe al costado de su cabeza. Los chicos dieron un rápido paso atrás sorprendidos, giraron mientras él la balanceó una segunda y tercera vez y ellos corrieron por la vereda, cruzaron la calle, y por una pasarela a un callejón donde se detuvieron riendo y chocando los cinco.

Simon rompió la fiesta: “No vi pis en sus pantalones. No lo puedo contar. ¿Estás bien, Big Joe?”

Big Joe se rascó su mejilla y dijo que sí.

“Busquemos a otro” dijo Simon.

Media hora más tarde nadie se había meado en sus pantalones, pero el juego les gustó demasiado, recordando al que les rogó que pararan y el que salió corriendo de ellos como un conejo asustado.

“Ey” dijo Jet, “miren allí. Hay dos”.

Rodearon a ambos hombres, atrapándolos desguarnecidos y sin que ninguno pudiera decir una palabra, comenzaron a resoplar y tirarles el aliento.

“¿Qué están haciendo, amigos?” preguntó uno de ellos.

“¿Pueden decirlo?”

“Parece que están intentando respirar en nuestros rostros”.

“Ese es el juego” contestó Simon.

“No puedo ver por qué están haciendo algo tan estúpido. Yo ya tengo ese virus pero no puedo quedarme en la casa. Sam aquí lo tiene también, así que pensamos dar un paseo juntos. Con barbijo, así no exponemos a nadie. Suponemos entonces que ustedes lo tienen también, no necesitamos estas máscaras”.

Los chicos pararon de respirar. Rápidamente se apartaron. Luego, mientras los dos hombres se quitaron sus barbijos y les soplaron directo a ellos, se despegaron tan rápido que se mantuvieron con Jet.

Los dos hombres observaron hasta que ellos dieron vuelta a la esquina. “Bueno, seguramente los engañamos” dijo uno de ellos. Riendo, ellos chocaron sus puños.

Simon no detuvo su carrera cuando los otros lo hicieron. El corrió a casa, subió las escaleras y cerró la puerta de su habitación. Tenía que cambiar sus pantalones.

traducción: HM

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