Autor: Brownstein, Michael
Recorremos el sendero más septentrional cerca de la pared glaciar de marfil y latón, óxido y pirita, una vena dorada a través de una escupida de minera de plata, el sendero pasando bajo vides púrpuras encordadas, gruesas y establecidas, trepando por el tallo del viento, la arcilla cargada de rojo del abedul de papel esculpido por la tormenta. Por todas partes un revoloteo de alas rojas y grandes hormigas de terciopelo, amarillas y carmesí, un gran ojo verde en cada ala. El camino va a un pequeño chapuzón pasado un pantano de chocolate, subiendo a arrurruz de algodón de azúcar, crema de moca y asters. Cuando hacemos el octavo giro, entramos a un campo de alta hierba de hueso, hierro formado inclinado por el sol y lluvia, un cruzamiento de sombra y olor. Los ruidos a nuestro alrededor nunca ensordecen, pero siempre presentes, chirridos, bichos, tragadas, ahogos, chillidos, baboseos, dirigibles, una estática y canción –tantas canciones-, tantas armonías. Cuando alcanzamos la cresta, podemos ver al hacedor de nubes soltando nubes, el artista en jefe del tatuaje entintando la corteza de los árboles recién nacidos, los maestros jardineros ocupados, y hay un suspiro, un suave eructo, y empezamos la corta caminata a casa donde comienza la vía del sur.
traducción: HM