Vías del tren

Autor: Brownstein, Michael

El atajo a la casa de Esteban era de dos cuadras desde la estación de tren. Cada día él caminaba sobre una o dos vías del tren. El podía oler lo que su hermana se jactaba de haber cocinado dos horas antes. Cuando él vio al tren viniendo hacia él, tomó un paso a la izquierda y fácilmente alcanzó la otra vía. No supo del segundo tren hasta que fue demasiado tarde y que era eso. 

Mi hermana y la hermana de Esteban se dividieron el costo del funeral. Mi hermana me contó que ella no podía comprender nada de ello e incluso luego de que el último barro fuera apilado sobre su tumba y ella plantó flores allí un año después, aún soñaría con él. No cada noche pero con la suficiente frecuencia. Ella vería a Esteban caminando hacia ella y ella le preguntaría por qué. Finalmente, él le diría que se sentara y le explicaría todo. Cuando ella despertó varias horas después, sus ojos estaban rojos y ella había perdido el aliento.

¿Qué le dijiste? le pregunté.

Otros en la mesa de la cena se inclinaron hacia nosotros para escuchar.

No lo sé, respondió ella. Cuando me desperté, me sentía triste y aliviada, renacida y más positiva de mí, y nunca volví a soñar con él.

¿Por qué damos un paso a la izquierda cuando un paso a la derecha nos llevaría al pavimento, afuera de las vías y los trenes? ¿Qué nos hace seguir un camino, un atajo, un camino a casa en la tarde?

Estábamos en el cumpleaños ochenta de mi madre y ella estaba enojada porque le lanzamos un asunto fastuoso y la sorprendimos y le contamos a todos su edad real. Ella deseaba tener setenta por otros diez años.

Perdón, dijo mi hermana menor, y se sumó a mí, pero ella parece de ochenta. Y luego ella continuó para compararla a una docena de otras madres que tienen ochenta pero parecen de sesenta o setenta o… ¿Han visto a la mama de Amy? Ella podría pasar por alguien en sus cincuentas.

A veces cae de esa manera, en cuatro días pasará año nuevo y la navidad tendrá dos semanas, y toda la familia y todos los amigos en lo de mi hermana más que cómodos celebrando el cumpleaños de mi madre. Cuando ella sopló las velas, un tren dejó ir su sirena vigorizando el aplauso.

Yo sólo deseaba tener setenta por un poco más, dijo mi madre, dobló sus manos y luego entró al salón de baile con un giro de rodillas a lo Chubby Checker.

La conversación viró al lado sur de Chicago y la creciente violencia allí, omitió la carrera presidencial, calló sobre mi clase de graduados de séptimo luchando sobre un laboratorio científico, y finalmente se detuvo detrás de dos instructores contratados como una sorpresa para mi madre que estaban intentando que hombres jóvenes fueran al salón para hacer el tango con las mujeres que eran todas viejas y más que dispuestas a aprender.

Conduje el auto a casa una hora después, crucé dos vías de tren y ví el guardabarros inclinado en los arbustos que nadie había aún recuperado del conductor de una camioneta estancada en las vías. El tren rugiendo adentro, los frenos incapaces de hacer nada en absoluto, el conductor no abandonando el auto, sólo sentado allí con su cinturón de seguridad puesto intentando alcanzar la camioneta para comenzar y entonces hubo un impacto tan feroz que todo el vehículo fue levantado en el aire donde, voló y rebotó a cincuenta yardas, y aterrizó sobre dos autos estacionados, aplastándolos, el hombre todavía en su asiento, sangriento y atrapado. Tuvieron que cortarlo y ponerlo en un helicóptero donde lo llevaron al hospital más cercano a unas pocas millas de distancia.

Un paso a la derecha en lugar de la izquierda. Un cinturón de seguridad removido, una puerta abierta, una frenética llamada a alguien. El guardabarros todavía en el arbusto y nunca supimos si el hombre sobrevivió o no.

traducción: HM

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