Autor: William Morris

Oh, musa que meces la triste canción del norte, la mano derecha llena de maldad y de agravio, tu mano izquierda sosteniendo piedad y tu pecho lleno de esperanza de ese descanso tan seguro: tú, con los amables y valientes ojos grises, los suaves labios sin temblar, aunque ellos han dicho la condena del mundo y de aquellos que viven allí. Los labios que no sonríen aunque tus hijos ganen el amor destinado que conduce la muerte destinada. Oh, llevado por la fresca corriente de tu aliento, deja que alguna palabra alcance mis oídos y toque mi corazón, que si pudiera ser, puedo ser parte en aquella gran pena de tus hijos muertos que vejaron el semblante e inclinaron la cabeza, encanecieron, hicieron la vida un sueño maravilloso, y la muerte el murmullo de una corriente implacable, pero no dejaron mancha sobre esas, tus almas, cuya grandeza por el enredado mundo brilla. Oh Madre, y amor y hermana, todo en una, ven, por seguro estoy lo suficiente solo que deberías lanzar tus brazos a mi corazón, y envolverme en la pena de antaño.

traducción: HM

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