Autor: William Morris

Gruesas se elevan las lanzas sobre la tierra que antes cargó la cosecha, la espada es pesada en la mano, y ya no retornamos. El viento de luz ondea el vino, y ya no retornamos. A través de nuestros acres de rastrojo ahora los equipos van cuatro y cuatro, pero nuestros ancianos desgastados guían el arado, y no retornamos. Y ahora las mujeres de ojos pesados vuelven por la puerta abierta de mirar a lo ancho de la carretera, donde no retornamos más. Las sombras de la frondosa cerca motean el suelo del salón de fiestas, allí yacen nuestros perros, y soñar y dormitar, y no retornamos más. Baja hoy de la torre del monasterio, caen las suaves campanadas de antaño en medio del juego parloteante de los grajos: y no retornamos más.
Pero abajo las calles están tranquilas, mediodía, ¡y el mercado está terminado! De regreso van las buenas esposas sobre la colina, porque nosotros no volvemos más. ¿Qué mercader vendrá a nuestras puertas? ¿Qué hombre sabio nos traerá sabiduría? ¿Qué abad cabalga a Roma, ahora no retornamos más? ¿Qué alcalde regirá el salón que construimos? ¿La escarlata de quién barre el suelo? ¿Qué juez condenará la culpa del ladrón, ahora no retornamos más? Se levantarán casas nuevas en las calles donde nosotros construimos antes, de otra piedra forjada de otro modo, porque no retornamos más. Y cosechas cubrirán campo y colina, distintas de lo que una vez cargaron, y todo será hecho sin nuestra voluntad, ahora no retornamos más. ¡Miren arriba! Las flechas surcan el cielo, rugen los cuernos de la batalla, las largas lanzas bajan y se acercan, y no retornamos más. Recuerda cómo junto al carro hablamos la palabra de guerra, y sembramos esta cosecha de la llanura, y no retornamos más. ¡Pongan las lanzas sobre el zorro rubicundo! Los días de antaño han terminado, ¡Levanten la espada sobre el buey corredor! Porque no retornamos más.

traducción: HM

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