La mitad de la vida se ha ido

Autor: William Morris

Los días han asesinado a los días, y las estaciones se han ido y me trajeron el verano nuevamente, y aquí en la hierba yazgo como antes yací y estaba contento antes que me metiera con el bien y el mal. Ancha yace la hidromiel como antaño, y el río se está arrastrando al costado de la orilla revestida de olmos que cambia su arroyo de maleza y grises sobre su labio de aquí brillan los juncos temblorosos. Allí hay trabajo en la hidromiel como antaño, están ansiosos de conquistar el heno, mientras cada sol se pone brillante y engendra un día más hermoso. Las horquillas brillan blancas al sol alrededor del carro amarillo de ruedas rojas, donde la montaña de heno crece rápido, y ahora desde el sendero viene el equipo de bueyes conduciendo otra, viene el alguacil y la cerveza, y golpe a golpe va el regaño del granjero sobre el estrecho puente del dique. Altas y ligeras están las nubes, y aunque las golondrinas revoloteen tan alto sobre la tierra iluminada por el sol, bien son una parte de ella, y así, aunque altas sobre ellos, son las alas del cazador errante en profundidades ilimitadas, sobre él hace temblar y arder el bello cielo, el querido sol inunda la tierra como la mañana cae hacia el mediodía, y un pequeño viento se despierta en lo mejor del último junio. Hay ocupados ganando el heno, y la vida y la imagen que hacen, si yo fuera como fui una vez, debería estimarla hecha para mi bien, porque aquí si uno no necesita trabajo es un lugar para un feliz descanso, mientras el pensamiento de uno anda sobre el mundo, norte, sur, este y oeste.
Allí están los hombres y las doncellas, y las esposas y los jefes grises de los campos que conozco tan bien, y sólo han cambiado un poco desde que yo era un muchacho entre ellos, ¡pero aún qué grandioso es el cambio! Ellos se volvieron extraños para mí, hasta me veo a mí mismo como un extraño. Su habla y su risa mezclándose con la música de las hidromieles ahora no tienen sentido para mí, para ayudar u obstaculizar mis necesidades, tan lejos de ellos he ido a la deriva. Y aún en medio de ellos va una parte de mí, mi muchacho, y él sabe de placer y dolor, y lo estima algo extraño, cuando él no está contento.
¡Pero he aquí ahora!, la mujer que se agacha y besa el rostro del muchacho, y pone un rastrillo en su mano y ríe en su rostro sonriente. ¿De quién es la voz que ríe en el viejo lugar familiar? ¿de quién podría ser si no la de mi amor, si mi amor aún estuviera en la tierra? ¿Ella podría abstenerse de los campos donde mi alegría y la de ella nacieron, cuando estaba allí y su niño en el césped que conoció sus pies en medio de las flores que la condujeron cuando la tarde de verano era dulce?
No, no, ya no es más ella, jamás podrá venir y contemplar los carros de heno arrastrándose sobre los prados de su hogar, jamás podrá besar a su hijo o poner el rastrillo en su mano, que ella manejaba un rato ido en el medio de la banda que hacía el heno. Su risa se ha ido y su vida, no hay una cosa semejante en la tierra, ninguna participación para mí entonces en el revuelo, ninguna participación en la prisa y la alegría.
No, déjame ver y creer que todos esos se desvanecerán, por lo menos cuando la noche haya caído, y que ella estará allí en el medio del heno, feliz y cansada con trabajo, esperando y anhelando el amor. Allí estará ella, como antaño, cuando la luna enorme colgaba arriba, y el pueblo estaba oscuro y muerto, y nada salvo el dique estaba despierto, allí ella se levantará para encontrarme, y mis manos ella se apurará para tomar, y desde entonces vagaremos, y sobre el antiguo puente por muchos setos colgados de rosas hasta que alcancemos la cresta quemada por el sol y la gran trinchera cavada por los romanos: allí entonces nos pararemos un rato, para observar el amanecer venir arrastrándose sobre la fragante y hermosa tierra, hasta que todo el mundo haya despertado, y nos conduzca abajo, nosotros juntos, a las hazañas del campo y el redil y la alegre ganancia del verano.
Ah, así, sólo así la veré, en sueños del día o la noche, cuando mi alma sea engañada de su pena para recordar el deleite pasado. Ella se ha ido. Ella estaba y no está, no hay cosa igual en la tierra hasta aún como una imagen pintada, y para mí hay vacío y carencia que no puedo nombrar o medir. Aún para mí y todos esos ella murió, hasta como vivió por un rato, que el mejor día podría acontecer. Por lo tanto vivo, y viviré hasta que falle en el trabajo del último día. Ahora tengan paciencia pero un poco, y les contaré la historia de cómo y por qué ella murió, y por qué estoy débil y agotado, y he vagado afuera a los prados y el lugar donde nací, pero hoy y aquí no puedo, por siempre mi pensamiento se desviará a aquella esperanza cumplida por un poco y la dicha del día anterior. De la gran esperanza y angustia del mundo apenas puedo pensar hoy, como un fantasma, desde las vidas de los vivos y sus hazañas terrenales me encojo. Iré abajo junto al agua y sobre el viejo puente, y andaré en nuestros pasos de antaño hasta que llegue a la cresta quemada por el sol, y la gran trinchera cavada por los romanos, y desde allí contemplaré un rato, y veré tres condados rebosantes extenderse hasta que se desvanezcan en la niebla, y en todas las moradas del hombre que desde entonces vean mis ojos, ¿qué hombre tan desventurado como yo habrá bajo el sol?
Oh tonto, ¿qué palabras son esas? Tienes una pena que cuidar, y tú has sido audaz y feliz, pero esos, si pronuncian una maldición, ningún aguijón tiene y ningún sentido, es sonido vacío en el aire. Tu vida está llena de luto, y la de ellos tan vacía y desnuda, que no tienen palabras de queja, ni tan felices han sido, que pueden medir la pena o contar lo que puede significar el dolor. Y tú, tu tienes hazañas por hacer, y pronto trabajo a encontrar, parte y medita sobre esos en la tarde desgastada por el sol.

traducción: HM

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