Autor: William Morris
Ahora duerme la tierra de casas, y la noche muerta sostiene la calle, y allí yaces tú, mi bebé, y duermes suave y dulce, mi hombre está afuera por un rato, pero seguros y solos yacemos, y nadie escucha tu respiración salvo tu madre, y la luna mirando abajo desde el cielo al cansador yermo del pueblo, mientras miraba en el camino bordeado de hierba aún cálido con el sol de ayer, cuando dejé mi antigua morada, mano en mano con mi amor, aquella noche de todas las noches en el año, cuando el río de amor desbordaba y hundía toda duda y temor, y los dos estábamos solos en el mundo, y una vez si nunca de vuelta, conocimos el secreto de la tierra y la historia de su labor y dolor.
He aquí que te levanto en medio de Londres, y cuán pequeño y ligero eres, y tú sin esperanza o temor, ¡tu miedo y esperanza de mi corazón! Sí, aquí tu cuerpo comenzando, oh hijo, y tu alma y tu vida, pero cómo será si vives, y entras en la lucha, y en amor viviremos juntos cuando el hombre crezca en ti, cuando escuche tu dulce habla, y todavía entre tú y yo se levantará ese muro de distancia, ese redondel donde cada uno crece, y lo hace más duro y amargo saberlo al pensamiento de cada uno.
Ahora, entonces, mientras aún seas pequeño y no tengas pensamiento propio, te diré una palabra del mundo, de la esperanza desde la cual has crecido, del amor que una vez te engendró, de la pena que me hizo tu pequeño corazón de hambre, y tus manos apoyadas en mi pecho. Entonces tú podrás recordar desde aquí, como cuando la gente dice que todo eso ha ocurrido antes en la vida de otro día, así tú podrás recordar sombrío esta historia de la voz de tu madre, como a menudo en la calma del amanecer he escuchado el regocijo de los pájaros, como a menudo he escuchado el viento de la tormenta ir gimiendo por el bosque, y supe que la tierra estaba hablando, y la voz de la madre era buena.
Ahora, a ti solo te diré que el cuerpo de tu madre es bello, en el vestido de las doncellas de campo que juegan con el sol y el aire, que se han parado en la fila de las cosechadoras en la tarde de agosto, que se han sentado junto al agua congelada en el alto día de la luna, cuando las luces del festejo de navidad estaban muertas en la casa sobre la colina, y los gansos salvajes se fueron a la marisma de sal, han dejado aún el invierno. Sí, soy linda, mi primogénito, ¡si tú siquiera pudieras recordarme! El pelo que tu pequeña mano agarra es una buena cosa de ver, soy sincera, pero mi rostro es un cebo, suaves y profundos son mis ojos. y parecen para la seducción de los hombres llenos con los sueños de los sabios. Amables son mis labios, y se ven como si mi alma hubiese aprendido cosas profundas de las que jamás había escuchado, mi rostro y mis manos están quemados por el hermoso sol de los acres, tres meses de la ciudad de Londres y tu nacimiento en la cama las ha blanqueado de hecho, “pero sí, donde termina el vestido” (así decía tu padre) “separa la muñeca blanca como la cuajada del marrón de la mano que amo, brillante como el ala de un pájaro”.
Así es tu madre, oh primogénito, aún fuerte como las doncellas de antaño, cuyas lanzas y cuyas espadas eran guardianas del hogar, del campo y el redil. A menudo mis pies estaban sobre la carretera, a menudo cansaban al césped, de crepúsculo a crepúsculo del verano tres veces por semana pasaría por los bajíos desde la casa sobre el río, por las olas del maíz floreciente. Bella entonces yacía a la tarde, y fresca me levantaba a la mañana, y apenas estaba cansada al mediodía. Ah, hijo, en los días de tu lucha, ¡si tu alma siquiera pudiera albergar un sueño de la flor de mi vida! Sería como los prados iluminados por el sol contemplados desde un mar agitado, y tu alma tendría una visión de la paz que ha de venir.
¡Todavía, todavía las lágrimas en mi mejilla! ¿Y qué es esto que mueve mi corazón al tuyo, amado, salvo la corriente de amor anhelante? Porque bello y feroz es tu padre, y suaves y extraños son sus ojos que miran en los días que vendrán con la esperanza del valiente y el sabio. Varias veces por día reíamos, mientras caminábamos por el prado, y varias veces por día escuchaba y las imágenes venían cuando él hablaba, eran varias veces por día que anhelábamos, y permanecíamos hasta tarde en la víspera antes de que se separara el habla del habla, y mi mano podía dejar su mano. Entonces lloré cuando me quedé sola, y anhelé hasta que vino la luz del día, y bajé las escaleras, y allí estaba nuestra señora de la limpieza (no madre de mí, el expósito) encendiendo el fuego a tiempo antes de que saliera la gente del heno a los prados junto a las limas, todas las cosas que vi en una mirada, las aceleradas lenguas de fuego saltaban por el chisporroteante montón de maderos, y el dulce humo se arrastraba para subir, y cerca del mismo hogar el sol bajo inundó el piso, y el gato y sus gatitos jugaron en el sol junto a la puerta abierta. El jardín era bello a la mañana, y allí en el camino él se paró más allá de las margaritas carmesí y el arbusto del bosque del sur. Entonces juntos, lado a lado, fuimos por el lugar de la pared gris, y oh, el miedo partió, ¡y el descanso y dulce contento!
Hijo, él me enseñó la sabiduría y tristeza, y me dolió y aprendí mientras crecimos juntos en uno, y el corazón adentro de mí ardía con las mismas esperanzas de su corazón. Ah, hijo, es penoso, pero nunca más en mi vida me atreveré a hablarte así, así estas solitarias palabras sobre tu arrastrarte y aferrarte, estas palabras de la noche solitaria en los días de nuestro camino. Varios hijos de mujer han nacido esta noche en la ciudad, el desierto de locura y mal, ¿y de qué y desde cuándo crecieron? Nacen muchos y muchas de uso y costumbre, porque una esposa es tomada en la cama como se viste un sombrero o una cinta. La prudencia engendra sus miles, “buena es la vida de una guardiana, así podré vender mi cuerpo que pueda ser matrona y esposa”. “Y soportaré el sucio matrimonio y los niños de necesidad”. Algunos allí han nacido del odio, muchos los niños de la codicia. “Yo, yo también puedo casarme, aunque tú mi amor hayas tenido”. “Soy bella y dura de corazón, y rica será mi dote”. Y todos esos son los buenos y los felices, sobre quienes el amanecer nace bello. Oh hijo, ¿cuándo aprenderás de esos que han nacido de la desesperación, como el cieno fabulado del Nilo que se apresura bajo el sol con un aumento de cosas arrastrándose, medio muertas cuando justo comenzaron? Incluso así es cuidado de la Naturaleza que el hombre jamás muera, aunque ella críe a los locos de la tierra, y la escoria de las pocilgas de la ciudad. Pero tú, oh hijo, oh hijo, de mi puro amor has nacido, cuando nuestra esperanza cumplió la esperanza de crianza, y el temor fue una locura desgastada. En la víspera del trabajo y la batalla sopesamos toda pena y dolor, esperábamos y no estábamos avergonzados, sabíamos y no teníamos miedo.
Ahora se desvanecen la noche y la luna, ah, hijo, es penoso que nunca más en mi vida me atreva a hablarte así. Pero seguro de los sabios y los simples lo poderoso ha de nacer, y bello fue mi destino, amado, si aún estaré en la tierra cuando el mundo se despierte al fin, y de boca en boca cuenten de tu amor y tus logros y tu valor, y tu esperanza que nada puede sofocar.
traducción: HM