La sed de oro de Bukele y el beso al culo de Trump

Autor: Alvaro Correa

El encuentro en el salón oval entre Donald Trump y Nayib Bukele fue un espectáculo grotesco. Ambos hombres, elegidos para conducir países democráticos, se presentaron como dictadores, y exudaban esa sensación de impunidad de los políticos mafiosos. Mientras los periodistas buscaban respuestas sobre el destino de Kilmar Ábrego García, un hombre de 29 años que fue deportado por error a El Salvador, hallándose en su famosa megaprisión del CECOT, donde Bukele recibe con regocijo a los “terroristas” que le está enviando Trump desde que asumió, en lo que es un sencillo tráfico de carne humana, Trump y Bukele eludieron toda responsabilidad sobre el asunto, calumniaron en forma burlona a Ábrego García, bromearon sobre futuras deportaciones, todo ello con una jactancia propia de criminales avezados.

Igual de repugnante era el escenario del Salón Oval, todo decorado con objetos de oro. Desde su retorno a la Casa Blanca, Trump doró todo, cientos de chucherías doradas ocupan cada rincón del Salón, y las pinturas doradas trepan por todas las paredes. Trajo querubines de oro de Mar-a -Lago, manteles y urnas, adornos que atiborran la chimenea. Tiene hasta un sello de oro en el botón con el que llama a sus asistentes para pedirles coca diet o alguna otra bebida asquerosa estadounidense.

Ahora el Salón Oval evoca inseguridad y petulancia, pero como ocurre con las múltiples tendencias seniles y bufonescas de Trump, hay una amenaza real bajo las superficies ahora brillantes de la Casa Blanca. Las urnas decorativas antiguas que colecciona el presidente eran doradas con ormolu, una técnica que empleaba mercurio y era tan tóxica que sus practicantes rara vez pasaban de los 40 años. El ormolu blanco fue prohibido en Francia en 1830, y la minería del oro continúa siendo una de las mayores fuentes de polución, abarcando el 38% de las emisiones de mercurio antropogénicas, así como enormes cantidades de cianuro y arsénico, con serias consecuencias para el medio ambiente y la salud humana. Según la OMS más de 100 millones de personas en todo el mundo padecen envenenamiento por mercurio, ya sean mineros o residentes en comunidades afectadas por la minería.  

Esto no es un secreto en El Salvador, que fue el primer país en el mundo en prohibir la minería de metales. Esto sucedió luego de años de campañas de activistas ambientales e indígenas que luchan contra las grandes empresas transnacionales que han extraído riqueza minera de toda América Latina durante siglos dejando sólo fuentes de agua contaminadas y comunidades empobrecidas. El apetito europeo por los metales preciosos alimentó matanzas de enormes poblaciones indígenas y una absoluta destrucción ambiental. La gran riqueza ya fue extraída sin un caso en que se haya compartido siquiera una pepita de oro de un miligramo con algún integrante de una comunidad local.

Bukele tomó el poder en El Salvador en 2019 con la promesa de una minería totalmente distinta: la de criptomonedas. Pero el encarcelamiento de cinco activistas que promovieron la prohibición de la minería de oro despertaron las sospechas de que el líder salvadoreño tenía una sed de oro tan inflamable como la de Trump y la de los europeos, inclusive como la de los judíos que se quieren quedar con Gaza a través del genocidio.  

A fines de 2024, Bukele anunció que va a terminar con la prohibición, argumentando que se encontraron reservas por tres trillones de dólares.  El autoproclamado “dictador más cool del mundo” pronto vio su pretensión satisfecha, con un congreso complaciente, así que adiós prohibición. Mientras Bukele aduce también que la explotación se hará libre de mercurio, en forma sustentable, los activistas anunciaron que están preparados para luchar y salvar el sistema hídrico salvadoreño.

Hablamos con un experto en minería de oro, quien nos dijo que para hallar un gramo de oro se requieren cuatro toneladas métricas de estas perniciosas sustancias tóxicas. Siendo tan destructiva como la minería de carbón, no podría calentar un hogar o darle combustible a una estación. Hay algunos minerales que son cruciales para la transición energética –como el cobre, el níquel y el litio- pero el hecho de que sólo el 7% del oro sea usado para fines tecnológicos o medicinales hace al daño ambiental y el riesgo para la salud demasiado pesados, si uno piensa que la mayor parte va a ser usada por Trump para fanfarronear e intimidar a sus invitados al Salón Oval.

Pero eso acontece con el oro. El deseo humano de su brillo siempre fue una cuestión de anhelo, no de necesidad. La violencia y desplazamiento, el sufrimiento y dolor que han acompañado las búsquedas de oro aún no han logrado que apartemos nuestros ojos de su brillo. En este sentido, es un perfecto emblema de Trump: chillón, inútil, empapado en sangre.  

La fascinación de Bukele con el oro es parte de una tradición humana de admiración por los objetos brillantes. Gran parte de la historia humana se trata de hombres en el poder deseando objetos brillantes, ya sean los españoles buscándolo en los Andes o los franceses e ingleses en California y Alaska. La historia no ha sido muy favorable a esos líderes. Bukele podría hacer otras cosas que ir a besarle el culo a Trump, ser cómplice de sus crímenes de lesa humanidad, y cortar con sus actos y declaraciones de cipayo alienado por la hipertecnología represiva.

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