Autor: Agencia Maldita Realidad
De todos los gestos simbólicos de las masas reuniéndose para expresar su temor y desprecio por la dirección en la que está viajando Estados Unidos a toda velocidad, había algo inquietante respecto de la visión de incontables homeless. Ayer fue el primer verdadero intento de una protesta nacional, cohesiva, que levantara la voz contra la agenda tan mafiosa como fascista del presidente Trump. Más de 1.300 actos, organizados por 150 grupos de 50 estados, colocaron enormes multitudes en las principales ciudades estadounidenses.
La policía de Washington planeó que se iban a juntar 20.000 personas en el National Mall y para una protesta pro-palestina más pequeña cerca del Capitolio, pero el número estimado de concurrentes fue de 100.000. El monte que rodea el Monumento Nacional tenía el aire expectante de un concierto multitudinario en el momento de calma entre actos.
Había parlantes por donde hablaba el congresista de Maryland Jamie Raskin. Pero estaba claro que la gente hizo el esfuerzo para estar allí simplemente por reunirse y formar parte de una oposición humana cada vez más henchida. Fue lo mismo en Chicago, Boston y New York, donde la multitud por la Quinta Avenida se veía a lo largo de 20 cuadras.
“Repugnancia. No sé qué más decir” dijo Cathy O’Donnell cuando le preguntamos que la compelió a volar desde Ohio para el evento. Estaba allí con su hermana Alison y su amiga Jenny. “Pronto cumpliré setenta” explicó O’Donnell. “Lo único que deseo para mi cumpleaños es que él se vaya. Esto no está bien. Mi padre luchó en la segunda guerra mundial contra los fascistas. Todo lo que ellos están haciendo –destruyendo el gobierno, tomando cosas de la gente, me enferma. No puedo dormir a la noche. Es terrible. Estuve protestando en Columbus y pensaba, bueno, el lugar en el que quiero estar es en DC[1].”
Se trata de un trío que son amigas desde hace muchos años. Mientras hablamos, muestran su temor por el futuro de la educación: “Están prohibiendo libros, diciéndoles a los maestros qué enseñar” dijo Alison. La validez de las elecciones y el derecho a simplemente participar en futuras protestas son sus principales preocupaciones. “Pensé que era una hipérbole” dijo su hermana. “Pero no puedo imaginar que esté viviendo en un cuento de los libros de historia. Actualmente dudo de que aún estemos votando en 2026. Y corren rumores de que están recurriendo a argucias legales para justificar la violencia de sus partidarios contra nosotros”.
“ Algunos piensan que va a ser a fines de abril” dijo Jenny.
Desde el Monumento Nacional, el Mall era un río de gente y pancartas que llegaba hasta el Capitolio. Los cantos eran divertidos, profanos, desesperados, desafiantes, y la mayoría protestó contra lo que perciben ataques directos a la constitución, el rol en las sombras de Elon Musk, la ineficacia del congreso y las innumerables señales y retratos de Trump en ropaje nazi.
La ausencia de cualquier referencia a la alarma global por las recientes políticas tarifarias de Trump fue sorprendente. Tan duro, para esta multitud, como la perspectiva de un aumento de la inflación y la caída de los planes de pensiones.
Los Smiths volaron de Montana para estar en Washington. Fueron allí especialmente para dar voz a lo que ven como un horrendo tratamiento de la administración Trump a Canadá. “Amamos Canadá” fue la simple explicación de Byron Smith. “Sólo tenemos muy buena onda con ellos. Es ridículo, insultante y horrible que el gobierno de Trump los trate de este modo”.
“¡Todo el alcohol bueno lo conseguimos de Canadá!” añade Kelly Smith. “Que viene de Europa. Que es bastante mejor que el nuestro. ¡Lo siento, Estados Unidos!”. Hablamos sobre la vida en Montana –la popularidad global del oeste moderno, el paisaje alucinante, los inviernos brutales-. Los Smiths han estado viviendo en una cabaña construida por el padre de Byron hace medio siglo. El estilo de vida allí es sublime, remoto, duro e intensamente local. Montana es un estado republicano ahora. Desde 1948 sólo han triunfado los demócratas Lyndon Johnson y Bill Clinton para la Casa Blanca. “Mi abuelo era minero en Butte” dijo Byron. “Ellos eran abusados y fue cuando el estado se hizo demócrata. Y yo no estoy en contra de los marginales, pero cuando viene gente con un montón de dinero, como nuestro nuevo senador…”
“Porque viene gente con dinero y compra el cargo de senador” dijo Kelly.
“La gente está allí manejando sus tractores y escuchan esos shows, alguna estación que captan en el campo… y les lavan el cerebro”.
A 15 minutos de allí, Laura Loomer, una influencer de la extrema derecha trumpista, cuyo encuentro con el presidente produjo el inmediato despido de seis miembros del consejo de seguridad nacional, se pasó el día posteando videos de “compañías de buses que se usaron para traer a musulmanes y zurdos a Washington”.
El mismo presidente, mientras tanto, estaba en su campo de golf disfrutando de un torneo de élite en Doral, Florida, aparentemente impasible ante el humo que salía de las cuevas bursátiles, cuya rebosante salud consideraba tradicionalmente un símbolo de popularidad. Apenas habrá rastro de las multitudes y los eslóganes cuando regrese de su fin de semana. Pero después de lo que ha sido una semana agotadora para la administración republicana -una derrota aplastante en la elección de alto nivel del Tribunal Supremo de Wisconsin, seguida de la respuesta inquietantemente severa del mercado de valores a la puesta en marcha del «Día de la Liberación» inspirado en los aranceles-, el presidente no puede mantenerse ajeno a las manifestaciones del sábado.
El repentino resurgimiento del sentimiento nacional contra Trump fue un sacudidor recordatorio de la profunda oposición y el miedo entre decenas de millones de estadounidenses a medida que el segundo mandato de Donald Trump entra en su tercer mes completo en el cargo. “Capaz que no hagamos la diferencia, pero es mejor que quedarse en casa” dijo Cathy O’Donnell.
[1] Como le dicen sintéticamente a Washington DC.