Autor: William Morris
Una tarde me senté y lloré, porque el mundo me parecía nada bueno, era todavía otoño, y las praderas dormían, las colinas neblinosas soñaban, y el bosque silencioso parecía escuchar la tristeza de mi humor: no sabía si la tierra se afligía conmigo, o si se burlaba de mi dolor aquella tarde amarga.
Entonces entre mis lágrimas vi a una criada, que se acercaba a mí sobre el césped esparcido de hojas, entonces se paró y me contempló lastimosamente con ojos desgastados por el dolor, hasta que mi tristeza pasó de mí a ella, y ahora estaba sin lágrimas, y ella en medio de sus lágrimas me estaba preguntando por uno que ella había buscado solo y desamparado.
No sabía de él, y ella regresó al bosque oscuro, y mi propio gran dolor aún me mantenía allí, hasta que la oscuridad asesinó al día, y pereció de nuevo a la gris mano del amanecer, entonces desde el bosque una voz gritó: “Ah, en vano, en vano te busco, ¡oh, tú, dulce amargura! ¿En qué tierra solitaria están tus anhelados pies?”
Entonces miré arriba, y sí, allí venía un hombre del medio de los árboles, y se paró contemplándome hasta que mis lágrimas se secaron por pura vergüenza, entonces él gritó: “Oh, plañidero, ¿dónde está ella, a quien he buscado sobre cada tierra y mar? La amo y ella me ama, y aún no nos encontramos más que la colina verde se encuentra con la colina”.
Con aquello él se fue tristemente, y supe que que estos se habían encontrado y extrañado en la oscura noche, cegados por la ceguera del mundo insincero, que oculta el amor y hace el mal del bien. Entonces en medio de mi pena por su deleite perdido, aún más con estéril anhelo me debilité, aún más lamenté que no tenía a nadie a quien buscar.
traducción: HM