Autor: William Morris
¿Ella hizo todo el camino para esto, para partir al fin sin un beso? Sí, ¿ella había soportado suciedad y lluvia para que sus propios ojos pudieran verlo asesinado junto al pajar en la inundación?
A lo largo del anegado bosque sin hojas, tocando cada zapato el estribo, ella montó a horcajadas como hacen los soldados, con la falda escocesa hasta la rodilla, a la cual el fango salpicaba miserablemente, y la humedad caía de cada árbol sobre su cabeza y pesado cabello, y en sus párpados anchos y bellos, las lágrimas y lluvia corrían por su rostro. A trompicones cabalgaron juntos, y muy a menudo su lugar era bien lejos de ella: él tenía que montar adelante, para ver lo que venía cuando había una encrucijada, y a veces, cuando allí se levantaba un murmullo de sus hombres, tenia que volver atrás con promesas, ¡ah Dios!, ella tenía poca facilidad, y a menudo por pura duda y espanto ella sollozaba, mareada en la cabeza por la veloz cabalgata, mientras, por el frío, sus delgados dedos apenas podían sostener las húmedas riendas, sí, y apenas, también, ella sentía los pies dentro de sus zapatos contra el estribo, todo para esto, para partir al final sin un beso junto al pajar en la inundación.
Porque cuando ellos se acercaron a aquel viejo pajar anegado, ellos vieron a través del único camino a Judas, Godmar, y los tres rojos corriendo leones consternadamente fruncieron el ceño desde su pendón, bajo el cual en una línea recta a lo largo de la zanja ellos contaron treinta cabezas.
Entonces mientras Robert se dio vuelta a sus hombres ella vio de inmediato el miserable final, y agachándose, intentó duro y mal desgarrar su cofia de su cabeza, y ocultó sus ojos, mientras Robert decía “No, amor, es apenas dos contra uno, en Poictiers donde los hicimos correr tan rápido, porque, mi dulce amor, buen aliento, la frontera gascona está tan cerca. Nada después de esto”.
Pero “¡Oh!» dijo ella, “¡Mi Dios, mi Dios! Tengo que pisar el largo camino de regreso sin ti, luego la corte en París, esos seis hombres, los enrejados del Chatelet, el veloz Sena en algún día lluvioso como éste, y gente parada al lado y riendo, mientras mis débiles manos intentan recoger a cuantos hombres fuertes naden. Todo esto, o una vida con él, por la cual sería condenada al final. ¡Que Dios haga que la próxima hora pase!”
El no respondió, sino que gritó su llanto “¡St. George para Marny!» animadamente, y puso su mano sobre su rienda, ¡sí! ningún hombre de toda su tropa devolvió aquel alegre grito de nuevo, y mientras por rabia su pulgar latía rápido sobre las empuñaduras de su espada, alguien lanza cerca de su cuello una pañoleta larga, y la ataron.
Entonces ellos fueron hacia Godmar, quien dijo: “Ahora, Jehane, la vida de tu amante está tan rápido en declive que, si en esta misma hora tú no te rindes como mi amada él no verá la lluvia partir, no, manten tu lengua de burla o mofa, sir Robert, o te mato ahora”.
Ella colocó su mano sobre su frente, entonces contempló la palma, como si pensara que su frente sangraba, y “¡No!» dijo ella, y apartó su cabeza, como si no hubiera nada más para decir, y todo fue arreglado: la cara de Godmar se puso roja de la barbilla a la frente: “Jehane, en la colina de allí se erige mi castillo, cuidando bien mis tierras: ¿Qué me impide llevarte y hacer lo que estoy alistado a hacer para tu bello cuerpo voluntario, mientras tu caballero yace muerto?»
Una sonrisa perversa arrugó su rostro, sus labios adelgazaron, a lo lejos ella empujó su barbilla: “Sabes que te estrangularía mientras duermes, o mordería tu garganta, por la ayuda de Dios, ¡ah!» dijo ella, “Señor Jesús, apiádate de tu pobre doncella! Porque de tal modo me encierran, no puedo elegir sino pecar y pecar, sea lo que fuere lo que suceda: todavía pienso que ellos no podrían hacerme comer o beber, y así alcanzaría mi descanso”. “No, si no cumples con mi mandato, ¡oh Jehane!, aunque te amo mucho”, dijo Godmar, «¿fallaría en contar todo lo que sé?” “Feas mentiras” dijo ella. “¿Eh, mentiras, mi Jehane? Por la cabeza de Dios, ¡en Paris las estimarían verdades! Sabes Jehane, que ellos lloran por ti: ‘¡Jehane la morena, Jehane la morena! ¡Danos a Jehane para quemarla o ahogarla!’ ¡Eh, amordazame, Robert!, dulce amigo mío, éste fue de hecho un final penoso para aquellos largos dedos, y largos pies, y largo cuello, y suaves y dulces hombros, un final que pocos hombres olvidarían que vieron, así, una hora aún: Considera, Jehane, ¡qué tomar de la vida o la muerte!»
Entonces, apenas despertó, desmontando, ella dejó aquel lugar, y se tambaleó algunas yardas: con su rostro girado hacia arriba, al cielo, su cabeza en un montón húmedo de heno, y cayó dormida: y mientras ella durmió, y no soñó, los minutos se arrastraron cerca de las doce de nuevo, pero ella, siendo despertada al fin, suspiró calladamente, y vino extrañamente como una niña, y dijo: “No lo haré”. Directo a la cabeza de Godmar, como si colgara sobre fuertes cables, giró bruscamente y su rostro ardió.
Porque Robert, sus dos ojos estaban secos, él no podría llorar, pero sombríamente parecía observar la lluvia, sí, también, sus labios estaban firmes, él intentó una vez más tocar sus labios, ella los alcanzó, un doloroso y vano deseo los torturó tanto, los pobres labios grises, y ahora el dobladillo de su manga los rozó.
De pronto Godmar se levantó, los apartó, desató las bandas de seda y cuerdas de la garganta de Robert, sostenidas con manos vacías, ella se paró y contempló, y vio el largo brillo de la hoja sin una mancha deslizarse desde la funda de Godmar, su mano en el pelo de Robert, ella lo vio inclinar atrás la cabeza de Robert, ella lo vio impulsar el delgado acero hacia abajo, el golpe lo contó bien, justo hacia atrás cayó el caballero Robert, y gimió como lo hacen los perros, estando medio muerto, sin saberlo, como estimo: entonces Godmar giró sonriendo a sus hombres, quienes corrieron, unos cinco o seis, e hicieron pedazos su cabeza con sus pies.
Entonces Godmar giró de nuevo y dijo: “Entonces, Jehane, ¡el primer tiempo está listo! Toma nota, mi dama, ¡ tu camino es el regreso a Chatelet!» Ella sacudió su cabeza y contempló un rato sus frías manos con una penosa sonrisa, como si esta cosa la hubiese vuelto loca.
Esta fue la partida que ellos tuvieron junto al pajar en la inundación.
traducción: HM