Autor: Atea Mestiza
Sentir la responsabilidad de visibilizar un genocidio porque resulta difícil detenerlo de otra manera puede resultar desalentador, incluso generar temor porque cualquier delito contra la humanidad es una amenaza a nuestra humanidad. Especialmente cuando ese genocidio lo están cometiendo dos de los países más poderosos, en complicidad con muchos otros gobiernos. Sabemos que en Israel hay protestas, grupos organizados de Derechos Humanos, también de objetores de conciencia que no acatan el llamado al servicio militar, es un activismo que se encuentra a merced de ese mismo Estado genocida, tiene que convivir con la hostilidad y desconfianza de todos hacia todos. En el caso de Estados Unidos, existe una fuerte censura y autocensura de quienes ven en peligro sus carreras, trabajos, status migratorio e incuso libertad para alzar sus voces. Un Estado genocida no debería considerarse democrático.
Sin embargo, la macabra convivencia con el horror no es fácilmente digerible para una sociedad, no es posible dejar valores y principios tan básicos. La cotidianeidad de un genocida no está lejos de la indiferencia social que la contiene y afecta la salud mental individual y colectiva. Sabemos, por las numerosas experiencias genocidas pasadas, que los crímenes contra la humanidad deben ser procesados de alguna manera. Imagino a Trump o a los generales israelíes pasando por algún complejo de Dios, a sus generales naturalizando la violencia en casa, tal como hicieron muchos represores de la dictadura argentina. Si el Estado permite/alienta y encubre para asesinar, robar, violar y torturar, nada va a impedir que lo lleven a sus casas, algo muy bien documentado por Ari Folman con su obra basada en su experiencia con la guerra, “Vals con Bashir” (2008). La sistematicidad del crimen contra civiles en todo Medio Oriente está erosionando el espíritu colonizador del estado israelí o de parte de sus ciudadanos y de la comunidad judía global. No podemos esperar hasta socavar una identidad cultural por el bastardeo de un puñado de criminales.
Hollywood cuenta con una larga historia de complicidades, pero también de resistencias. Aquí se transcribe el excelente discurso de la actriz protagonista de la serie “Hacks” Hanna Heinbinder, aprovechando su reconocimiento por Human Rights Campaign, una organización que premia la representación de los colectivos LGTBQ+:
“Como persona queer, judía y norteamericana estoy horrorizada por la masacre de más de 65.000 palestino en Gaza. Estoy avergonzada y enfurecida porque este asesinato en masa sea financiado con dólares de nuestros impuestos [estadounidense]. No debería ser controversial decir que tenemos que estar en contra de asesinar civiles.
Sé que mi llamado a una Palestina liberada viene de un deseo de seguridad mutua de todxs las personas que viven en la región y sé que mi condena del bombardeo de Israel no es a pesar de lo que aprendí en la escuela hebrea sino todo lo contrario. Porque lo veo como lo opuesto a nuestras tradiciones judías más profundas, como alinearse y no cuestionar los actos de un Estado que realiza atrocidades en nuestro nombre. Las acciones de Israel no son en nombre de la seguridad judía. Es la misma confusión de las acciones de Israel con el pueblo judío que siguen poniendo en peligro a los judíos en el mundo.
Donald Trump y el gobierno israelí han sugerido que los palestinos desplazados sean llevados a otros países. Nosotros los judíos lo sabemos demasiado bien. El dolor de tener que dejar nuestros países de origen o enfrentar una muerte segura. Tenemos que mirar a los ojos llorosos de los niños palestinos, huérfanos por las bombas estadounidenses y decir NO Nunca más es ahora; nunca más es para cualquiera.
Mahmoud Khalil, un organizador de Colombia que protestó por el bombardeo de su pueblo, está en un centro de detención del ICE en Luisiana. Porque su grito a la humanidad está en oposición a los intereses militares de nuestro país y en la agenda de la administración de Trump. Todas las luchas por la liberación se ganarán oponiéndose en voz alta a las corporaciones que alimentan la destrucción de nuestro planeta y las Instituciones que alimentan la muerte masiva de nuestros semejantes. La visibilidad es una responsabilidad para aquellos que tenemos una plataforma, debemos usar nuestras voces para garantizar que hablar no esté prohibido por completo. Gracias.” (Hanna Heinbinder, marzo 2025).
Podría haber elegido la foto de alguno de los periodistas palestinos asesinados recientemente, pero son menos los que se sienten identificados con posibles simpatizantes de Hamas o simples ciudadanos que se resisten a irse de sus tierras (no sabremos porque no tienen juicio, sólo condenas a muerte). Incluso podría recurrir al testimonio del codirector del documental “No other land” Hamdan Ballal, pero si bien es un ciudadano (sin status jurídico como tal); su tierra está en Cisjordania, con un poco más de capacidad de defensa que los hambreados y bombardeados gazatíes. Sólo que su imagen elegantemente fotografiado recibiendo un Oscar parece atraer aún más el odio de sus vecinos los colonos y no sabemos de quién más. La golpiza y secuestro que acaba de sufrir supuso a los noticieros del mundo tan sólo un ejercicio más de combinar estas antipáticas noticias con otras pelotudeces que gustan más. Lo mejor es aprovechar la valentía de esta mujer y demostrar que la transversalidad de los colectivos no significa ocultarse detrás de una lucha individual que te sensibiliza (en el caso de Hanna es activista ambiental además de LGTBQ+). La transversalidad de las militancias (llamala woke si no te molesta) es estar despierto, asumir la valentía de la denuncia, es empatizar con otredades, es la responsabilidad de gritar contra las injusticias cuando se tiene una voz para ello.