Autor: William Morris
Tan veloces se están moviendo las horas hacia el tiempo no probado: ¡Adiós, mi amor desamorado, adiós, mi querido amor!
¡Qué!, ¿no estamos alegres del corazón? ¿No hay hazañas para hacer? ¿No ha partido todo temor y la primavera floreció nueva?
Las velas se hinchan por encima de nosotros, el mar levanta la quilla, porque ellos han llamado a quienes nos amaron, quienes cargan los dones que sanan: una corona para el que gane, una cama para el que falle, una gloria que comienza en historias que nunca mueren.
Aún ahora el dolor ha terminado y la mano contenta toma la espada, mira en tu vida enmendada y reparte el debido premio.
Piensa en la mañana desagradecida, los dones del mediodía sin usar, piensa en la víspera del desprecio, la noche de la oración rechazada.
Y todavía. La vida antes de ello, tú no recuerdas nada, ¿qué terrores se estremecieron sobre ella, nacieron del infierno del pensamiento?
Y esto que viene después: ¿cómo vives, y te atreves a encontrar su risa vacía, afrontar su inamistosa inquietud?
Tú deseaste en temor, en paz te arrepientes, el desperdicio del fuego, el enredo de la red.
El amor vino y tuvo un buen saludo, el amor se fue, y no dejó vergüenza. ¿Deberían encontrar ambos crepúsculos la culpa de la luz del sol de verano?
¡Qué! ¿Viene el amor y se va, como el oscuro viento vacío de la noche, porque tu locura siembra la cosecha del ciego?
¿Has asesinado al amor con pena?, ¿cómo tus lágrimas apagaron el sol? No, aún mañana se harán muchas hazañas.
¿Este mar crepuscular que navegas se ha puesto sombrío y oscuro por aquello donde fallaste, y la historia de tu falta?
¡Paz entonces! Porque tu viejo dolor nació del tipo de la Tierra, y la triste historia que estás dejando la Tierra no la abandonará.
¡Paz! para que la alegría en la que te aferras a la tierra sirva de morada para el día en que esto sea viejo.
Tu vida y alma perecerán, y tu nombre como el último viento de la noche, pero la Tierra acariciará la hazaña que tú hoy descubrirás.
Y toda tu alegría y tristeza, tan grandes pero ayer, tan leve una cosa mañana, nunca desaparecerán.
¡Sí, sí! Allí el pestañeo del amanecer, la sonrisa se acerca, y los hombres se olvidan de preguntarse que nacieron para morir.
¡Entonces alaba el acto que vence por la luz del día y la alegría! La historia que nunca termina, quienquiera habite en la tierra.
traducción: HM
