Milei, Bullrich y Caputo: las horas contadas

Autor: Leila Soto

Cuando está por comenzar una nueva marcha de jubilados a la que amenazan reprimir violentamente, la Argentina neoliberal atraviesa su semana más incierta. Como los ruidos previos a un derrumbe, cruje el gobierno por la judicialización de la estafa cripto en Nueva York, porque se avecina la devaluación (derribando su caballito de batalla de la baja inflación). Porque Trump está ocupado en hacer pelota el resto del mundo como para fingir acuerdos de libre comercio o carta blanca al FMI. Porque el prostibulario parlamento puede incluso votarle un nuevo endeudamiento y todos los decretos que se les antojen, pero eso no recupera un décimo la economía en recesión, ni tampoco su bastardeada imagen, que vaticina un nuevo “que se vayan todos”. A diferencia de 2001, no hay una coalición cívica, ni radicales e incluso peronistas, que no estén deslegitimados ante la sociedad, incuso ante los medios que hoy también tienen una cobertura de los acontecimientos que va desde la más abyecta complicidad represiva, hasta la mediocre profesionalidad periodística. Colabora en este escenario la estrategia de “multiversos narrativos”, lo que supone utilizar todos los recursos discrecionales de los servicios de inteligencia para armar fakes, sembrar confusión y también provocar diversos debates que saltan desde la plaza pública material (las calles) hacia el ámbito digital, en un ida y vuelta constante.

Aquí es donde el análisis de la coyuntura resulta todo un desafío, ya sea desde lo colectivo o desde lo individual: hay que saber surfear la situación de manera efectiva, sin repetir lo peor de las anteriores experiencias y sin claudicar por culpa de un universo orwelliano gore. La clásica pregunta militante ¿Qué hacer? No se responde con sentencias poderosas ni lemas motivacionales, el martirio no es una elección sino una contingencia a la que son sometidos los pueblos de forma sistemática. Romantizar el conflicto social no pone un plato de comida a los hambrientos ni detiene la injusticia. Habrá en todo caso, ciudadanos (más o menos organizados) a los que la defensa y disputa territorial por la democracia, suponga un deber moral y seguramente se presenten todas las veces que sea necesario, poniendo el cuerpo y las ganas de repudiar un gobierno hipócrita que los acusa de sediciosos. Subversión, sedición, rebelión o revolución son palabras en disputa.

Desde lo jurídico podrán intentar deslegitimar la desobediencia civil, pero los derechos inalienables a la protesta derrumban cualquier argumento policial. Además, existen múltiples capas generacionales de excluidos del sistema que no tienen nada más que perder en la contienda. Años de neoliberalismo conforman una masa/colectivo con jóvenes, adultos y jubilados que ya fueron descartados por el sistema laboral, educativo y judicial. Eso se observa en las primeras filas de cada rebelión popular del siglo XXI. Hoy el capitalismo ya no puede tentar con la esperanza de un futuro de oportunidades, los jóvenes actuales pueden ser de cristal pero ello no significa que todos sean ingenuos. No sueñan, ni se plantean un trabajo estable en una misma empresa por décadas, tampoco aspiran ascenso social con esta mercantilizada educación que exige mucho y paga poco. Si ni siquiera se cuida la naturaleza que provee nuestros recursos ¿Por qué deberíamos creer que este sistema nos acepta a todos por igual? Como contrapartida de quienes no compran el verso neoliberal neofascista, hay una importante población de resentidos, frustrados y perplejos individuos: hombres y mujeres a las que se les pide aclamar las bondades de una vida ordenada por dios, la patria y la familia, pero que ni haciendo trabajar a su prole pueden llegar a fin de mes.

Lo interesante de los actuales conflictos sociales es que el ágora digital también será espacio de disputa de sentido, todos los días desde las incendiarias declaraciones de Milei en el Foro de Davos 2025, las redes sociales se convirtieron en un espacio crítico donde los algoritmos de Elon Musk no pudieron censurar ni reprimir completamente. Incluso la utilización de la tecnología por parte de Patricia Bullrich, muestra su escasa capacidad técnica para acusar a los ciudadanos de barrabravas, sediciosos o delincuentes. Cada publicación de los funcionarios es inmediatamente “hateada” o retrucada por un masivo público digital que no se cansa de viralizar, difundir y propagar subversión de este estatus quo antidemocrático.  No queremos mártires sino democracia porque es lo poco que garantiza comer, educarse y trabajar. Estamos a días de una nueva conmemoración del 24 de Marzo, el mantra de los organismos se hace carne en las nuevas luchas: ni olvido, ni reconciliación, ni perdón: memoria, verdad y justicia. Todo indica que una vez más, estamos en estado de alerta porque no queremos nunca más Estado de sitio. La disputa política hoy no es partidaria sino cultural.

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