Las canciones de los hombres muertos a tres bailarinas

Autor: Robinson Jeffers

I. Al deseo
(Aquí entra una bailarina y danza.) ¿Quién es esa que es fragante y deseable, vestida con lo suficiente para despertar desenfreno, y orgullosa de su pulido y esbelto cuerpo y de su estrechamiento de párpados oscurecidos por el kohl con flechas entre ellos? ¡Ah, ah, ah! Diosa del mundo, joven serpiente en las venas de la roca, en la montaña de joyas una joven serpiente, en las venas de un hombre una dulce víbora toda esmeralda: ah Diosa, ¿estamos a prueba de todo, estás contenta con nosotros cuando el esplendor de tu ondulante insolencia aguijonea las oscuras entrañas de la muerte, sus antepasados se calientan por ti, el esqueleto se para para ser amoroso? ¡Ah, ah, ah! Diosa de la carne, ¿lo pensarás un don al que le falta gracia que las puertas de la tumba hayan sido golpeadas ante ti, los puertas de hierro para nosotros, los muertos, en el más profundo abismo? ¿Por quien se ha ido abajo hacia los muertos o los ha tocado? ¿Lo hizo Jesús de Nazaret cuando yació en el profundo infierno por tres días y desde entonces vivió como ellos dicen y nos ha fallado? Ningún hombre, ni ninguna mujer viviente ha bajado a nosotros los muertos hasta ahora, pero la prueba ahora está aquí, ah, hermosa nos tortura una y otra vez. No tenemos carne, temblamos ante tu carne, querida Diosa para probar el rocío en tus brazos cuando danzas o para lamer el brillo de tus muslos bruñidos o el pecho de tu esterilidad. En el libro de tus triunfos sin término alguno inscribe una más maravillosa hazaña, que has resucitado a los muertos, que levantaste la carne de quienes carecen de ella, ah Diosa, ¡ah! bailando, a nosotros, hombres muertos. (La bailarina sale.)

II. A la muerte
(Una segunda bailarina entra y danza.) ¿No fue hermoso yacer entre violetas floreciendo en los valles del amor sobre el pecho del sur? Fue hermoso pero más hermoso ahora contemplar la calma cabeza de la bailarina que espantamos, sus rulos son como sarmientos de la viña, oh dulce Muerte y más dulce es tu danza. Como el desvanecimiento de la plenitud del amor en algún valle más solitario entre flores en la languidez que nos ruboriza, oh, por qué le temimos, porque la Muerte es una hermosa juventud y sus ojos son soñolientos, sus párpados caen pesadamente con vino cuando él se despierta, y su pecho es más suave que el de una paloma. Bella Garda, agua alegre con guirnaldas de olivos, lago de risa azul en una bahía de los Alpes es mejor para nuestros espíritus estar aquí, en los desolados huecos de oscuridad contemplando la belleza de nuestra bailarina que en descanso en sus colinas de anémonas y junquillos entremezclados. Y alegre desde el vientre del glaciar, niño con garganta de alegría para gritar donde la multitud de riscos de nieve corrían espumosos por el Ródano, cuando las montañas se abalanzaban sobre su paso, los riscos de granito eran astillados, y el lago era hermoso bajo las viñas de Vaud, y a la tarde empurpurando los picos del Chablais eran pintados en el sueño y profunda sombra de sus aguas cuando a la caída del sol era llama en la Dole. Pero lo mejor del curso es el último ancho sueño, oh, río de Francia para olvidar y bajar deslizándose lento y sulfurosamente estancado pasar Aries al golfo de Lyon y a esa azul y hermosa tumba en las olas del sur que son más cálidas y mejores… y un final… (La bailarina se ha ido.)

III. A la victoria

(Una tercera bailarina entra y danza.) Usanos de nuevo, tú en el mundo la única de las diosas adorables ahora o adoradas, ¡victoria con casco! ¿Cómo inclinamos, incluso en sueños, visiones traicionándonos, ante algún otro y bajo poder cuando tu esplendor allí se atasca en las puertas? Usanos nuevamente, espantosamente hermosa. La sangre reflorecerá desde la muerte ardiente para administrar todo su fuego revivido a tus pies, sólo para merecer una mirada, o destello de la majestad enguantada de tu mano. El golpe de armas te despejan un camino, pisotea las puertas de decisión y triunfo en los muertos. Los hombres cuando caen en ella mueren alegremente, esparciendo en las flores rosas y blancas a tus pies la sangre roja y pálidos sesos alfombrando los campos de batalla. Elevándose en acero, terriblemente armada, ¿cuál de las hijas del cielo es tan calientemente deseada? Ninguna te ha abrazado todavía, todos nosotros ardemos, hermosamente locos, frenéticos con lujuria de tu belleza y con sed de la terrible doncellez de tu boca, sagrados y blancos, bajo el acero, ocultas los dulces muslos de nuestro anhelante deseo en una profunda y sagrada virginidad. Emperadores y caballeros le dieron en vano ciudades de oro y naciones enteras de sangre, porque ella tomó los regalos pero los rechazó. Ningún soborno de un rey ni un martillo arrogante de un armero prevalece para desabrochar el cinturón de acero de su doncellez, aún nuestra oración seguramente será escuchada. Diosa de gloria, revoca nuestra exención de la muerte, dos veces déjanos morir por ti. Usanos de nuevo, aunque sea solo una hora: seguramente la oración es tan humilde como sería grandioso el regalo, victoria con casco. (La bailarina se va.)

traducción: HM

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