Autor: Robinson Jeffers
Más allá de los estrechos de las Hébrides interiores navegamos el frío y colérico mar hacia Barra, donde el monte Heaval se eleva como un mástil. Había poca gente en el vapor, era tarde en el año, noté más a un viejo pastor, dos perros de ojos sabios tejían círculos ansiosos alrededor de sus pies, y una chica de hombros delgados que acariciaba lo que parecía una muñeca, envolviéndola contra el viento de mar. Cuando se movió le dije a mi esposa ‘Ella la sofocará’. Y ella a la chica: ‘¿Tiene frío tu bebé? Sería mejor que te corras del viento y descubras su rostro’. Ella levantó el chal y dijo ‘Tiene dos semanas. Su madre murió en Glasgow en el hospital donde nació. Ella era mi hermana’. Yo miré adelante hacia la isla sombría, piedras grises, castillo en ruinas, unas pocas casas desoladas bajo la montaña alta e incómoda, mi esposa miró al niño enfermizo y dijo ‘¿Hay un buen doctor en Barra? Pronto será invierno’ ‘Ah’ respondió ella, ‘Barra sería un paraíso para él, la pobre y diminuta cosilla, ahí está el Heaval para romper el viento. Vivimos en una isla diminuta más allá, es la única casa’.
El vapor atracó, y un esquife -lo que llaman un curragh, como una canoa de lona equipada con remos –vino velozmente a nuestro lado. La chica de pelo oscuro trepó a ella, con un brazo sosteniendo ese dudoso desliz de la vida a su pecho, un hombre joven y alto, con ojos de mar pálido y un hombre más viejo la ayudaron, si una palabra se habló yo no la oí. Enarbolaron un mástil e izaron un ala de vela de murciélago del color de la henna.
Ahora, de vuelta en casa luego de tantas miles de millas de camino y océano, y las cubiertas navegadas, las casas visitadas, recuerdo ese delgado esquife con vela de henna oscura soportando la tormentosa puesta de sol hacia la isla distante más claramente, y casi he olvidado los remolinos de arrastre de Londres, el apuro aullando de New York.
traducción: HM