El sueño de muerte del águila enjaulada

Autor: Robinson Jeffers

desde Cawdor
Mientras George iba a la casa por su revólver Michal trepó la colina llorando, pero cuando él vino con muerte en su mano ella no se había ido sino que observó. Al único disparo el gran pájaro oscuro saltó al techo de la jaula en silencio y golpeó la madera, cayó, luego de pronto parecía pequeño y suave, sordo en sus alas plegadas. Los nervios de hombres luego de morir sueñan sombríos y se aplacan en su paz, no son muy pasionales, y lo que tenían fue mayormente gastado mientras vivieron. Son tamices para la fuga de deseo, ellos tienen muchos placeres y conversaciones, sus sueños también son como eso. Los pájaros asociales son una raza mayor, de ojos fríos y sangre ardiente. Lo que saltó hacia la muerte, la extensión de un ala oscura de tormenta llenando su mundo, fue más que el suave vestido que cayó. Algo se había volado. Oh, deseo enjaulado, como la hoja de una ola rompiendo cosechada por el viento, o la llama elevándose del fuego, o relámpago enrollado de nube, de pronto se despliegan en la cueva del paraíso: Yo que estoy estacionado, y frío de corazón, incapaz de arder, mi sangre como parándose bañada de agua de mar en un estanque de piedra, mi deseo a la roca, ¿cómo puedo hablar de ti? El mío descenderá a la roca profunda. Este se levantó, poseyendo el aire sobre su vacía prisión, los ansiosos poderes a sus hombros ondeando sin sombra, sin heridas, las siempre más amplias espirales de vuelo como una luz estelar, gira por los hilos apuñalando la noche desde su propia fuerza y sustancia: así el deseo aquilino ardió en la meteórica libertad y fue en espirales aún más altos, y vio el cañón dividiendo la montaña de su cautividad (eso era para Cawdor casi su mundo), como una vieja grieta en una pared, de sombra violeta y luz dorada, la pequeña mancha se derramó en el suelo de la grieta que era el bosque fuerte, el grano de arena era la roca. Una partícula, un centro atómico de poder nublado en su propio humo corrió y lloró en la grieta, era Cawdor, los otros puntos de humanidad no tenían peso ni brillo para pinchar los ojos de hasta una pasión de águila.

Esta ardió y se remontó. El brillante océano debajo yace en la orilla como desciende el gran escudo de la luna, rodando brillante de borde a borde con la tierra. Contra él las multiformes colinas costeras y surcadas por cañones estaban reunidas en una montaña tallada, un llanto modulado de águila hecho piedra, deteniendo la fuerza del mar. El picudo y alado efluvio sintió la espuma del aire bajo su garganta y vio la cima soleada de la montaña Tassajara, donde cervatillos danzan en el vapor de fuentes calientes al amanecer, suavizados, y las altas crestas tensas más allá de Cachagua, donde nacen los ríos y el último cóndor está muerto, aplanado, y cien millas hacia la mañana de las Sierras, amanece con sus picos de nieve, y menguan y se alisan sobre la tierra globulosa.
Vio desde la altura y el espacio desierto de aire irrespirable donde meteoros hacen fuego verde y mueren, el océano cayendo hacia el oeste a la faja de las perlas del alba y el filo de la noche deslizándose hacia Asia, vio lejos bajo el este al continente de abril encantado, y tiempo relajante sobre ella ahora, abstraída de ser, vio las águilas destruidas, pequeñas generaciones de gaviotas y cuervos tomando su mundo: cada una a su turno en el aire, mientras sobre la tierra los blancos rostros conducían a los morenos. Vio al blanco en decadencia y al moreno retornando desde Asia, vio a hombres aprender a superar la cría del halcón y olvidarla de nuevo, vio a hombres cubrir la tierra y nuevamente devorarse el uno al otro y ocultarse en cavernas, siendo casi como lobos. No se preguntó ni se inquietó, y vio crecimiento y decadencia alternarse para siempre, y las mareas retornando.

Vio, de acuerdo a la vista de su especie, el cuerpo de vida arquetipo de un picudo deseo carnívoro, sosteniéndose en alas amplias de tormenta: pero los ojos eran surtidores de sangre, los ojos estaban arrancados, sangre negra corría de ruinosas cavernas de ojo al rincón del pico, y llovió en los espacios desperdiciados del cielo vacío. Todavía la gran vida continuaba, todavía la gran vida era hermosa, y ella bebió su derrota, y devoró su hambre por comida. Allí el fantasma del águila percibió su prisión y su herida no era su peculiar miseria, todo lo que vive fue mutilado y sangrando, enjaulado o cegado, cortado en los extremos con muerte y concepción, y sagaz cauterio de dolor en los muñones para sofocar la sangre, pero no refrena por todo eso, la vida era más que sus funciones y accidentes, más importante que sus dolores y placeres, una antorcha para arder con orgullo, un necesario éxtasis en la carrera de la fría sustancia, y chivo expiatorio del gran mundo. (Pero en cuanto a mí, he escuchado al polvo de verano llorando para nacer tanto como siempre la carne lloró para aquietarse.) Derramándose en plenitud la pasión del águila dejó la vida atrás y voló al sol, su padre. Las grandes garras irreales tomaron exultantes la paz por presa, su muerte más allá de la muerte, encorvadas hacia arriba, y golpeó la paz como un cervatillo blanco en un valle de fuego.

traducción: HM

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