Autor: Robinson Jeffers
La gente feliz muere entera, todos son disueltos en un momento, ellos han tenido lo que desearon, ningunos dones duros, los infelices se quedan en un espacio, aunque el dolor es una cosa que se complace de ser olvidada, pero uno que ha dado su corazón por una causa o un país, su fantasma puede ser devoto en un rato, desconsolado de observarlo. Yo estuve preguntando por cuánto tiempo el espíritu que derrama este verso permanecerá cuando se pellizque las fosas nasales, cuando el cerebro se pudra en su cúpula o burbujas en la violencia de fuego para ser ceniza en metal. Estaba pensando en si algunas cañas del bosque cuyas raíces casé a la tierra de este lugar se pararán cinco siglos, sostuve las raíces en mi mano, los tallos de los árboles entre dos dedos: cuántas generaciones remotas de mujeres beberán alegría de los lomos de hombres, y arrastrado de entre los muslos de qué madres se reirá mi fantasma cuando maldiga a los hacheros, voz gris e impotente sobre el viento del mar, ¿cuándo cae el último tronco? La abundancia de mujeres construirá techos sobre todo este cabo, tendrá enterradas las bases de roca que dejé allí: la exuberancia de mujeres se pudrirá y fallará a su tiempo, y como nubes las casas desenmarcan el granito de la parada primigenia desde las cosechas: viene tormenta y lavado a limpio: el yeso está todo corrido hacia el mar y el acero todo oxidado, el cabo retoma la forma que amamos cuando lo vimos. Aunque uno al final de la era y lejos desde este lugar debería encontrar mi presencia en un poema, al fantasma no le preocupará salvo estar aquí, larga sombra del atardecer en las costuras del granito, y olvidada la carne, un espíritu para la piedra.
traducción: HM