Autor: Robinson Jeffers

Caminando en los campos llanos de Oxfordshire, donde el ojo no puede hallar una roca para reposar salvo los pequeños guijarros que motean el suelo, y los setos de millones de bayas se estremecen con pájaros al atardecer, vi enrojecer y descender un sombrío día de noviembre, un vuelo de avefrías revoloteaba en el hueco del campo, y faisanes medio mansos gritaban desde los árboles. Recordé impacientemente cómo la larga montaña de bronce de mi propia costa, donde el color no cuenta y el pathos es ridículo, la escultura es todo, rompe las flechas del sol poniéndose sobre el enorme túmulo del globo ocular del océano.   El suave y extraño crepúsculo gastado y débil con demasiada humanidad encapuchada en mi mente. Pobre tierra floreciente, esclavo de sonrisa humilde, si alguna vez los pantanos retornan y el pesado bosque, la haya negra y raíces de roble rompen por el pavimento de las calles de Londres, y solamente, como hace mucho tiempo, en los riscos elevados poca gente tiritando junto a pequeñas hogueras observan la noche del bosque cubrir la tierra y estremecerse para escuchar el salvaje aullido de perros donde estaban las ciudades, ¿te gustaría ser libre? Pienso que nunca volverás a estar contento, tan amasado con carne humana, tan humillado y cambiado. Aquí todo es ir por la colina y pasivamente irse a la tumba, y sólo una pizca de placer entre las oscuridades, contento de pensar que todo se ha hecho, que está en la mira de la raza: así debería yo también quizás soñar, bajo el ángel vacío de este crepúsculo, pero el gran recuerdo de ese mundo deshumanizado, con toda su ola de bien y mal para trepar aún, su exorbitante poder para equiparar, su despiadada pasión a igualar, y toda su música para hacer, late sobre el montículo de la tumba.

traducción: HM

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