Autor: Leila Soto
Hay una vieja escuela pedagógica que apela al uso de la violencia para poner fin a una disputa, por ejemplo, cuando mi madre escuchaba discusiones entre hermanos se acercaba y preguntaba ¿quieren que el palo de escoba los vuelva a presentar? Cualquiera diría que el señor naranja es devoto seguidor de ese modelo, pero yo tengo mis dudas, creo que hay otra lectura posible de la manera rústica en que trata al títere de Zelenski.
El culebrón ocurrido en la Casa Blanca cuando Trump literalmente le pasa la factura a Zelenski delante de la prensa es una escena para inspirar al Shakespeare del siglo XXI, porque digamos todo: ahí se cuece el poder entre intrigas, venganzas y ambiciosos mercaderes de la guerra. Pero como siempre recordamos, la literatura es un tipo de narrativa que está fuera de moda, así que toda la escena se puede reducir a unos cuantos reels y memes. Aquí sólo hacemos el esfuerzo sintáctico de agregarle contexto a una puesta en escena que incluye un tipo de futurología que reniega del pasado y acomoda la información a su gusto.
Primero pensemos en el mensaje, ¿Qué nos quiere decir el señor naranja, en su ambición de seguir siendo la cabeza del imperio? Está poniendo en práctica la premisa de salir expansivamente de la crisis hegemónica, lo que se dice salir para adelante. Para Trump la estrategia correcta es la que se hace de forma osada, prepotente, como un comercial de empresas telefónicas, lo contrario es una corrección política o una prudencia que considera errática, y se lo adjudican a los demócratas. Para ello utiliza su estilo de policía malo, que vomita declaraciones como un compadrito “vos [por el comediante-presidente] no estás en posición de exigir nada, más bien tenés que agradecer que te damos la oportunidad de pagar los 350 mil millones de dólares que te prestó el viejo gaga” (traducción libre).
Entonces, el lamento de Zelenski porque Rusia no es de confiar, lo dice como parte de esta narración sesgada. Recuerda la anexión de Crimea y el Donbás sin considerar por qué esos territorios reniegan de la soberanía ucraniana. Especialmente cuando Europa y aliados legitimaron un golpe y sus consecuentes gobiernos rusofóbicos. También por impedir a Donetsk y Lugansk el derecho a la autonomía estatal. Esta narrativa omite que antes de ser separatista el intento de esa región fue la de ser un Estado dentro de una Unión de Estados Ucranianos, y así gozar de su autonomía.
Como bien ha reflexionado Mario Santucho, difícil ser nacionalista cuando tu Estado fue, es y será genocida. Por lo menos un millón y medio de ucranianos murieron en el holocausto pero el héroe del actual ejército ucraniano (Stepan Bandera) fue un colaboracionista nazi, brindó tropas para pelear contra los rusos, incluso fueron policías en los centros de exterminio. Esa grieta al interior de Ucrania fue fogoneada para boicotear el acercamiento de Rusia a la economía de la Unión Europea. Así la OTAN buscó insistentemente mojarle la oreja a Rusia en un territorio y con unos ciudadanos que ni siquiera eran (y serán) calificados de europeos. Sin importar las veces que ganen Eurovisión, o que participen en la Champions: Ucrania fue, es y será un peón en el tablero, una excusa para mover el mercado de las armas. Esa guerra mediatizada que vendió la OTAN en 2022 fue capitalizada por el comediante devenido en Presidente. Pero posar en la revista Vogue junto a su esposa y sacar de su outfit los trajes no lo convirtió en Churchill. Estaba claro que los oligarcas ucranianos devenidos al fascismo no pensaban pelear ni financiar tanto sentimiento nacionalista (cualquier parecido a la Argentina no es coincidencia).
Una cosa es chillar por la patria y otra muy distinta es poner tu cuerpo, tus hijos y tu futuro como abono de cultivos de los que nadie de tu entorno se enriquecerá. No es casualidad que existan seis millones de ucranianos refugiados en Europa, y casi un millón en otras partes. Precisamente esa es una de las cosas que el vicepresidente Vance le recriminó en público: “mientras vos andas de gira, haciendo campaña para los demócratas, en Ucrania están cazando giles para enviar al frente de batalla” (traducción libre).
Además, el mensaje era también para que la boba Unión Europea sea realista con la derrota en una guerra que era imposible ganar (sobre todo cuando no se le pone el cuerpo). De paso nuestro vengativo señor naranja aprovechó la humillación pública para sostener cínicamente que fue víctima de una campaña sucia armada por el hijo de Biden y en la que el comediante fue cómplice. Vendetta aparte, Trump refuerza su idea de no distraer con una caza de brujas contra los rusos y sí hacerla a China. Seguramente escucharemos del exultante presidente nuevas diatribas contra su odiada “chaina”, a quien considera su verdadero enemigo. Desde su perspectiva, la movida de la OTAN sólo empujó la alianza comercial entre China y Rusia, además de asegurarle negocios de gas a los amigos de Biden. Por eso sus palabras en contra de la Tercera Guerra Mundial sólo pueden ser leídas desde el sentido común del grupo de oligarcas a los que él favorece, que claramente no son todos. Lo interesante es que la megalomanía de Trump, que a esta altura se debe creer el César contemporáneo, también olvida la manera en que podría ser traicionado, sería un interesante giro del destino que su cabeza naranja caiga producto de una motosierra.