Autor: Robinson Jeffers
Por arriba del desfiladero la voz del mar se apagó y cesó. Escuchamos un nuevo ruido lejos por encima de nosotros, vago y metálico, debió haber sido la voz de algún pájaro descontento encamado en una matriz de largos silencios. Al final llegamos a una pequeña cabaña perdida en las secuoias, un hombre viejo sentado en un banco ante una puerta limaba una sierra tronzadora, a veces se dormía, a veces limaba. Dos o tres caballos en el corral junto al arroyo levantaron sus cabezas para observarnos pasar, pero el viejo no lo hizo.
A la tarde retornamos por el mismo camino. Y teníamos la imagen en nuestras mentes de magníficas regiones de espacio y montaña que jamás habíamos visto antes. (Esta era la primera vez que visitamos Pigeon Gap, desde donde se mira detrás de la gran pirámide, bordes del Pico Blanco a través de golpes de aire de águilas a una cuenca forestal donde los pies de doscientas secuoias miran la montaña sobre una alfombra turca.) Con tales extensiones de la mente de adoración de ídolo bajamos por el arroyo. El viejo todavía estaba en su puesto junto a la puerta de la cabaña, pero ahora estaba parado y contemplaba, dijo airadamente ‘¿Dónde están acampando?’ Dije ‘No estamos acampando, nos vamos a casa’. El dijo desde su pesada cabeza sonrojada ‘Así es como se inician los fuegos. ¿Ustedes vinieron anoche?’ ‘Lo pasamos esta mañana. Usted estaba medio dormido, afilando una sierra’. ‘Mataré a cualquiera que inicie un fuego aquí…’ su voz tembló de desconcierto… ‘No los vi. Supongo que un tipo de debilidad. Mi temperatura es de ciento dos cada tarde’. ‘¿Por qué?, ¿cuál es el problema?’ El se sacó su sombrero y bastante orgullosamente nos mostró una profunda herida en el cráneo. ‘Mi caballo se cayó en el vado, me debí romper la cabeza sobre una roca. Bueno, señor, no pude recordar nada hasta la mañana siguiente. Me desperté en la cama, la almohada estaba empapada en sangre, el caballo estaba en el corral y tenía su heno’ cantando las palabras como si hubiese contado la historia cien veces. ¿A quién? A sí mismo, probablemente, ‘la silla estaba en el perchero y la brida en el clavo derecho. ¿Qué piensan de eso ahora?’ El pasó su mano sobre su atribulada frente y dijo ‘A menos que un ángel o algo descienda y lo haga. Una cuenca de sangre y agua junto al arado, debía lavarme’. Mi esposa dijo agudamente ‘¿Ha ido a un doctor?’ ‘Oh sí’ dijo él, ‘mi chico pasó abajo’. Ella dijo ‘No debería estar solo aquí: ¿está siempre solo aquí?’ ‘No’ respondió él, ‘caballos. He estado por todo el mundo: justo aquí es el lugar más bonito del mundo. He tocado el piccolo en orquestas de barcos’. Miramos las inmensas secuoias y el oscuro trozo de tierra tomado por helechos junto al arroyo, donde estaban los caballos, y las laderas de yuca altas en el sol resplandeciendo como antorchas, yo dije ‘Pronto va a oscurecer aquí’. El contestó con orgullo y alegría. ‘Doscientos ochenta y cinco días al año el sol nunca llega aquí adentro. Es como vivir bajo el mar, verde todo el verano, hermoso’. Mi esposa dijo ‘¿Cómo sabe que su temperatura está a ciento dos?’ ‘¿Eh? El doctor. El dijo que el hueso presiona mi cerebro, él tiene que cortar un pedazo’. Yo dije ‘Está bien, tiene que esperar hasta que llueva, yo tengo que cuidar mi lugar para la temporada de fuego’. ‘Por Dios’ dijo él jocoso, ‘la codorniz de mi tejado me despierta cada mañana, luego miro por la ventana y una docena de ciervos van por el cañón con la niebla a sus espaldas. Miren el polvo a sus pies, todas las pequeñas huellas de cascos’.
traducción: HM