Fantasmas en Inglaterra

Autor: Robinson Jeffers

En el este de Lulworth los muertos eran amistosos y penosos, los vi asomar desde sus antiguos terraplenes en las colinas de la costa, en los campamentos de los hombres vivos en el valle, las barracas de mecánica del ejército, los caminos donde ellos prueban los tanques y vehículos armados: ‘Nosotros también’ dicen ellos, ‘temblamos en nuestro tiempo. Sentimos el mundo cambiar en la lluvia, nuestra gente como la suya estaba cayendo bajo la rueda. Gran pasado y declinante presente son una pesada carga para hombres viviendo: pero la falla no es el gusano que preocupa a los muertos, no van a llorar cuando vengan’ dijeron las suaves y lastimeras sombras en la orilla de Dorset. Y aquellos en el risco de Rollright por el círculo de piedra del tiempo comido no dijeron nada y no tenían deseo alguno en el mundo, habiendo envejecido benditos fuera de la humanidad, contemplaban con grandes ojos blancos como la caliza ahuecada, sin importarles lo que veían, inhumanos como el viento.
Pero los otros fantasmas no eran buenos, aunque como una luna de chacales alrededor de un ciervo enfermo. En Zennor en el caos de granito tumbado, en Marazion y el monte del Angel, desde las ariscas líneas de la marea: ‘Sean pacientes, hombres muertos, las mareas de su día han virado’ desde los anillos de piedra de las cabañas muertas en Dartmoor, la ciudad-prisión como una mancha de suciedad en la colina distante: ‘Al final nosotros no deberíamos estar sin esperanza’ dicen ellos, ‘No sólo nosotros pasamos hambre bajo la lluvia’. Desde Avebury en el alto corazón de Inglaterra, en el antiguo templo, cuando todas las cabañas se oscurecieron para dormir: ‘Envíalos por los caminos del risco y dilo en las cimas de la colina, que el hueso está roto y la carne se caerá’.

También había un fantasma de un rey, sus mejillas huecas como las cejas de un viejo caballo, estaba remando con las manos en los juncos del estanque de Dozmare, en la superficie, en el lluvioso crepúsculo, sintiendo por la empuñadura de una espada ruinosa y oxidada. Pero ellos dijeron ‘Sé paciente un poco, tú rey de sombras, sólo espera, ellos se desperdiciarán como nieve’. Entonces Arthur dejó la caza de la espada perdida, frunció el ceño y se levantó enjuto como un lobo, pero pronto reanudó su vieja labor, sacudiendo los juncos con sus manos.

Yendo hacia el norte a Wantage, en los bajíos de tiza de Saxon Alfred camina sin sentido con sus manos lamentándose. ‘¿Quiénes es la gente y quién el enemigo?’ dice él perplejo, ‘¿Quiénes son los vivos, quiénes son los muertos?’ Los muertos más ancianos lo observan desde los amplios terraplenes de White Horse Hill, miran desde los túmulos de Ridgeway, atisban desde el montículo roto y las piedras esparcidas en el bosque oval encima de Ashbury. Susurran y exultan.
En el norte también los vi, desde las casas de Picts en el brezal negro de Caithness hasta las piedras desoladas en Culloden Moor, los harapos de razas perdidas y clanes derrotados, empujándose unos a otros, los labios azules quebrándose con alegría, los anticipatorios dedos sin carne clavando hacia el sur. Y en las fronteras galesas había hombres muertos saltando y volando detrás de todos los setos. Una isla de fantasmas. Parecían alegres, y no sentir pena por el gran pilar del imperio estableciéndose para una caída, el orgullo y el poder disolviéndose lentamente.

traducción: HM

Vistas: 0
Compartir en