Autor: Robinson Jeffers
Verdadero, el tiempo, para uno que no ama la farsa, y si debe haber miseria se la prefiere más noble, muestra vicios aparentes, al menos provee la cura a la ambición. Uno no anhela poder en colinas de hormigas, ni alabanza en un bosque de papel, uno ni siquiera debe ser indulgente con el severo romance de separación, así como Milton creció ciego y viejo en su templo roto contra los borrachos: las hormigas son buenas criaturas, no hay nada que merezca ser heroico. Pero el tiempo tampoco es una fuerte prisión. Un poco de raspar las paredes de cemento del contratista deshonesto a través de una lluvia de virutas y arena hace la libertad. Sacude el polvo de tu cabello. Esta montaña de la costa del mar es real, porque alcanza tan lejos como el pasado y el futuro, es parte de la grandiosa y oportuna excelencia de las cosas. Unas pocas vacas se inclinan a la deriva sobre la colina de bronce, el equipo de arado de cuello pesado surca el promontorio, las gaviotas pisan el surco, el tiempo mengua y fluye pero la roca permanece. Dos jinetes de caballos cansados galopan por la cresta nublada, halcones de ojos de topacio tienen el aire blanco, o una mujer con ojos de jade pálido, ocultando un cuchillo en su mano, va por la lluvia fría sobre la hierba gris. Dios está aquí, también, sonriendo secretamente, el hermoso poder que apila ciudades para el poema de su caída y recoge multitudes como juego a ser cazado cuando viene la estación.
traducción: HM
