Los ciervos echan sus huesos

Autor: Robinson Jeffers

Seguí el estrecho rastro del desfiladero subiendo la montaña, a mitad de camino sobre el profundo cañón del río. Había una pequeña catarata cruzando el sendero, colgando sobre raíces de árboles y rocas, sacudiendo la enjoyada fronda del helecho, agua pura de la montaña burbujeando brillante, pero un mal olor ascendió. Asombrado ante ello bajé por el empinado arroyo unos cuarenta pies, y encontré en el medio del arbusto de roble y laurel, colgado como un nido de pájaros al borde del precipicio un pequeño claro oculto, césped y un estanque superficial. Pero todo lo que había allí eran huesos yaciendo en el césped, huesos limpios y huesos hediendo, cuernos y huesos: entendí que el lugar era un refugio para ciervos heridos, hay tantos heridos que escapan a los cazadores y cojean para yacer ocultos, aquí ellos tienen agua para la espantosa sed y paz para morir adentro, laurel de verde denso y el sombrío acantilado de santuario, y un dulce viento sopla arriba desde el profundo desfiladero. Desearía que mis huesos estuvieron con los de ellos. Pero eso es una cosa tonta para confesar, y un poco cobardemente. Sabemos que la vida es en su totalidad bastante igualitaria en bien y mal, mayormente gris neutral, y puede ser soportada hasta el oscuro fin, no importa qué magia de césped, agua y precipicio, y dolor de las heridas, hace a la muerte parecer querida. Se nos ha dado la vida y la hemos usado, no un grandioso don quizás, pero en honestidad deberíamos usarla toda. La mía está vacía desde que mi amor murió, ¿vacía? ¿La nieta de cabello en llama y grandes ojos azules que se parece a ella? ¿Qué puedo hacer por la niña? La contemplo y me pregunto qué tipo de hombre en la caída del mundo… voy a envejecer, ese es el problema. Mis hijos y nietos encontrarán su camino, ¿y por qué debería esperar diez años todavía, habiendo vivido sesenta y siete, diez años más o menos, antes de arrastrarme a la saliente de una roca y morir enseguida, como un lobo que ha perdido a su pareja? Estoy atado por mi propia decisión de treinta años: quien bebe el vino debería tomar los restos, incluso en las amargas heces y sedimento puede yacer un nuevo descubrimiento. Los ciervos echan sus huesos en aquel hermoso lugar: yo debo llevar los míos.  

traducción: HM

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