Apología a los malos sueños

Autor: Robinson Jeffers

I
En la luz púrpura, pesada de madera roja, las colinas descienden al mar, convexidades de bosque que se precipitan juntas al escarpado barranco. Abajo, en el acantilado, un claro solitario,; un pequeño campo de maíz junto al arroyo, un techo bajo árboles esparcidos. Entonces el océano como una gran piedra que alguien ha cortado a un agudo y pulido filo para brillar. Más allá, la fuente y horno de luz increíble fluyendo hacia arriba desde el sol hundido. En el pequeño claro una mujer está castigando a un caballo, ella ha atado el cabestro a un retoño, al borde del bosque, pero cuando el gran látigo se aferra a los flancos la criatura pateó tan fuerte que ella temió que él encajaría el cabestro, ella llamó desde la casa al joven que era su hijo, quien trajo una cuerda de atar con cadena, ellos trabajando juntos ataron los pequeños eslabones oxidados alrededor de la lengua del caballo y lo ataron de la lengua hinchada al árbol. Visto desde esta altura ellos estaban encogidos al tamaño de un insecto. Fuera de toda humana relación. No pueden distinguir la sangre cayendo desde donde la cadena está sujetada, la bestia estremeciéndose, salvo el cuello impulsado y las piernas muy separadas. Pueden ver el látigo caer sobre los flancos…

El gesto del brazo. No pueden ver el rostro de la mujer, la enorme luz golpea desde el oeste a través de las barras de nubes del alisio. El océano se oscurece, las altas nubes resplandecen, las colinas se oscurecen juntas. Una increíble belleza desenfrenada cubre el mundo nocturno… no cubre, parece crecer fuera de él, como Venus allí crece desde el cielo iluminado. ¿Qué dijo el profeta? ‘Yo creo el bien: y creo el mal: yo soy el Señor’.

II
Esta costa llorando por tragedia como todos los bellos lugares (los tranquilos piden por sufrimiento más tranquilo: ¿pero aquí el acantilado de granito, la corona de demacrados cipreses qué demandan? Los diques de lava roja y negra, ¿qué titán? Las colinas como llamas apuntadas más allá de Soberanes, los terribles picos de las colinas desnudas bajo el sol, ¿qué inmolación?)
Esta costa llorando por tragedia como todos los bellos lugares: y como el espíritu apasionado de humanidad dolor por su pan: el de Dios, el de muchas víctimas, las dolorosas muertes, las horribles transfiguraciones: dije en mi corazón ‘mejor inventar que sufrir: imagina víctimas a menos que tu propia carne sea elegida el agonista, o tu martirio alguna criatura a la belleza del lugar’. Y dije ‘Quema sacrificios una vez al año para echar al horror mágico de la casa, la pequeña casa aquí que construiste sobre el océano con tus propias manos junto a las rocas paradas: por lo que somos, la bestia que camina erguida, con labios hablando y poco pelo, para pensar que siempre deberíamos ser alimentados, refugiados, intactos y autocontrolados. Somos más pronto confiables que los otros animales. Dolor y terror, las insanias del deseo, no accidentes aunque esenciales, y multitud desde el núcleo’: Imaginé víctimas para esos lobos, las hice fantasmas a seguir, ellos han cazado los fantasmas y perdieron la casa. No es bueno olvidar qué engolfa el espíritu de la belleza de humanidad, el pétalo de una flor perdida soplada al mar por el viento nocturno, flota a su quietud.

III
Piedras romas como los dientes de un oso viejo rompen desde el promontorio, debajo de ellas  toda la tierra es gruesa como conchas, los festines de roca de marea de un pueblo muerto. Aquí los flancos de granito tienen cicatrices de fuego antiguo, los fantasmas de la tribu se agachan en las noches junto al fantasma de un fuego, ellos intentan recordar la luz del sol, la luz ha muerto desde sus cielos. Estos han pagado algo por la suerte del futuro del país, mientras vivimos conservar viejas penas en la memoria: aunque la envidia de Dios no sea una fuente probable de ruina, para olvidar males convoca a súbitos recordatorios desde la nube: que las muertes recordadas sean nuestras redentoras, víctimas imaginadas nuestra salvación: blanca como la media luna a medianoche, alguna como una llama me pasó, diciendo ‘Soy Tamar Cauldwell, tengo mi deseo’. Entonces retornó la voz del mar, cuando ella ya se había ido, las estrellas a sus torres. … Hermoso país arde nuevamente, Punta Pinos hasta los Ríos Sur arden como antes con amargas maravillas, tierra y océano y el agua de Carmel.


IV
Rebuzna la humanidad en un mortero para llevar el sabor desde la raíz amoratada: un hombre teniendo malos sueños, que inventa víctimas, es solo el mono de ese Dios. El lo lava con lágrimas y varias aguas, se calcina con fuego en el crisol rojo, lo deforma, lo hace horrible a sí mismo: el espíritu vuela afuera y se para desnudo, él ve el espíritu. El lo toma en el éxtasis desnudo, se rompe en su mano, el átomo está roto, el poder que lo amasó llora al poder que mueve las estrellas. ‘He venido a casa para mí, mírame. Me magullé en el mortero de pedernal y me quemé en la concha roja, me torturé, volé hacia adelante, me paré desnudo de mí y me rompí en fragmentos, y aquí estoy moviendo las estrellas que son mías’. He visto esos modos de Dios: no conozco razón por el fuego, y el cambio y tortura y los viejos retornos. El siendo suficiente poderoso es tranquilo. Pienso que ellos no admiten razón, ellos son los modos de mi amor. Poder inmensurable, pasión increíble, arte enorme: ningún pensamiento aparente excepto que arde oscuramente sofocado con su propio humo en la bóveda del cerebro humano:  ningún pensamiento afuera: una cierta medida en fenómenos: las fuentes de las estrellas hirvientes, las flores en la tierra adelante, las siempre retornantes rosas del amanecer.

traducción: HM

Vistas: 0
Compartir en