Autor: Máximo Redondo
El primer líder extranjero en visitar a Trump luego de su victoria fue el presidente de Argentina, Javier Milei. La afinidad es obvia: ambos se forjaron como ‘outsiders’ que apelan a la retórica de la extrema derecha y predican el capitalismo anárquico y mafioso de época. Milei prometió un brutal recorte del gasto público y una desregulación total de la economía, lo que en poco más de un año generó efectos devastadores, con una recesión que hundió en la pobreza extrema a gruesas capas de la población argentina.
Igualmente, hay que contemplar que Milei no hizo tanto para ganar la elección como el gobierno de Alberto para perderla. Cuando los votantes fueron a las urnas había 8% de inflación mensual, percibiéndose una enorme frustración con los partidos tradicionales, y sentimientos de incertidumbre sobre el futuro que Milei explotó habilidosamente. Tras su victoria, el devoto de Milton Friedman ordenó una tremenda devaluación del peso que disparó los precios de los alimentos, e hizo similares controles de cambios que su antecesor para evitar más presiones inflacionarias.
La ironía de desplegar intervención estatal mientras se ufana de ser el campeón del libre mercado se pierde entre los argentinos que se rompen el lomo o el alma para sobrevivir. La caída del poder adquisitivo de los salarios –especialmente los de jubilados, empleados estatales y docentes- ha sido patética, propia de un régimen castrista. Las podas y despidos en el sector de salud han dejado a varios hospitales más colapsados que los de Gaza. Por más que propaguen propaganda mentirosa las 24 horas del día en todos los medios de comunicación cooptados por el gobierno, siendo sus muletillas falsas preferidas que “bajó la inflación” o que “la economía se está recuperando”, dos frases que sólo pueden ser emitidas por organismos públicos o privados carentes de la menor vergüenza. La terapia de shock del funebrero judaico que llegó a presidente ya dejó condiciones de vida indignas para una amplia mayoría de la población, y el caliente verano de Argentina promete mucha violencia y protestas en las calles.
En el corto plazo, el país se halla en un default no admitido luego del préstamo otorgado por el FMI al actual ministro de Economía pero durante la gestión de Macri, cuyos fondos fueron usurpados y malversados descaradamente, y ahora el lombrosiano ministro va por otro préstamo a fugar, sin que a la jefa del FMI se le mueva un músculo para balbucear que a la economía de Argentina le va a ir bárbaro este año. Sin embargo, le advirtieron a Caputo y Milei que no están de acuerdo con su ‘crawling peg’, y que tienen que devaluar el peso y cortarla con su ridícula apreciación.
De uno u otro modo, todo lo que emerja del FMI es multiverso para giles que creen en el necrocapitalismo genocida que se viene estableciendo a partir de la década del ’20 del nuevo milenio. Si el rumbo tomado persiste unas semanas más la popularidad de Milei se puede desvanecer cuando sus votantes se den cuenta de su salvaje farsa. Sin embargo, el gobierno argentino cree que su devoción –que es sumisión- a Trump y Netanyahu le garantiza un bienestar, o al menos una tumba segura en algún cementerio judío.
Argentina está viviendo de prestado hace mucho tiempo. La famosa carne y sus productos tradicionales sólo tributan ganancias a un grupo reducido de millonarios que conforman la Corte de un gobierno mesiánico que adopta ribetes monárquicos en la delirante impronta del presidente. Así, creen que sus ganancias ya depositadas en paraísos fiscales les aseguran una eternidad interesante. El asco que provoca la claque que le sigue –uno más estúpido o cretino que el otro- apesta el ánimo de abordarla. Su dependencia geopolítica de Estados Unidos e Israel en este momento histórico es un prístino reflejo de su ruindad moral.
En síntesis, las políticas de Milei han provocado un gran daño y nulos beneficios salvo a la mencionada casta que iba a combatir. La inflación fue mayor que la de Alberto. Más que representar un quiebre con el pasado, la agenda de Milei fue una rémora de experiencias ya vividas mezcladas con un mal gusto excepcional: escenas de la dictadura, el 2001 y el macrismo cobraron una vivacidad única implementadas por Milei. Como observó el historiador Michael Bernstein, el “laissez-faire” (dejar hacer), principio esencial del anarcocapitalismo mileísta, siempre debería traducirse como “déjenos hacer a nosotros”- en referencia a las corporaciones y plutócratas beneficiados con el modelo. Estas políticas sí enriquecen a las élites oligárquicas, pero joden a la mayoría y generan una inhumana desigualdad. La apuesta de Milei es que todos asuman que fueron cagados por los gobiernos de mierda anteriores, y que la mierda se debe limpiar. Es una visión cínica, que omite la necesidad de un cambio social profundo en la Argentina contemporánea.