Myanmar arrebata a Afganistán el puesto de primer productor mundial de amapola

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Desde que los talibanes erradicaron el cultivo de amapola en Afganistán, demostrando que saben hacer “la guerra contra las drogas” mucho mejor que Estados Unidos, que son compulsivos fabricantes de fracasos en este terreno, dada su condición de primeros consumidores de todas las drogas ilegales, y contar con la principal red de tráfico, que es sencillamente la DEA, Myanmar, con su junta militar a cuestas, se convirtió en el principal beneficiario de la crudeza y rudeza talibanas, cuyo líder Haibatullah Akhundzada ratificó que “siguen prohibidas en todo el país las plantaciones, bajo pena de muerte”.

Además, el talibán anunció que suplirán los ingresos que tenían por su amapola de excelsa calidad por la exportación de terroristas, hidrocarburos y metales raros, además de la tradicional cría de cabras. Ahora, los campos en Bakwa están desérticos, y sólo hay algunos campesinos analfabetos que han apostado al trigo como cultivo sustituto.

Pero yendo más hacia el Triángulo Dorado[1], Myanmar se ha convertido en el primer productor de opio y drogas sintéticas, incluidas la metaanfetamina, ketamina y fentanilo, tan de moda en Estados Unidos y Europa. Con miles de laboratorios trabajando full-time y una carencia absoluta de leyes o normas, los precios de estas drogas se han vuelto alarmantemente baratos.

En las montañas de Shan, la amapola es llamada la “flor de la paz”. El nombre es una ironía, porque hace décadas que no existe tal noción en toda Birmania. Y es que diversas guerrillas de distintas etnias le disputan a los militares palmo a palmo los mercados de estupefacientes.

En la presente temporada, en las granjas de Pekon los agricultores han cultivado la amapola abiertamente en sus aldeas. Nutridas por complejos sistemas de irrigación, los campos de amapolas se balancean al lado de iglesias, templos y estaciones de policía, y hasta en  parques públicos. Allí se cosecha la rezumante resina de opio sin temor a ser reprendido o capturado.

“Ahora no hay gobierno, los militares se fueron, ya no nos tenemos que ocultar. Es el mejor momento de la historia para los cultores del opio” dijo Hla Win, quien tiene su plantación en el jardín delantero de su casa. Ella continúa hablando, entusiasmada con la época de cosecha: “Antes del golpe, los funcionarios nos quisieron convencer de que abandonemos la amapola por paltas, café y maíz, pero no somos tontos y sabemos que entre los tres no ofrecen los dividendos del opio, que aquí se usa mucho con fines medicinales. Hoy medio kilo de resina sale 450 dólares, el precio se triplicó en dos años. La vida es impredecible. Necesitamos hacer dinero mientras podamos”

Según cálculos de Estados Unidos, en 2024 ingresaron a Myanmar casi dos billones de dólares por la heroína, la mayoría derivada del opio de Shan.

En Pekon nos encontramos con otra trabajadora del opio, quien nos reveló que antes ganaba 2 dólares por día recolectando frutos y verduras, que su aldea fue bombardeada por “la Junta”, y que para sobrevivir halló una buena estrategia en el cultivo de amapolas. “Yo le vendo a cualquiera que me pague. Muchas veces vienen yonquis con una serenidad y una templanza que harían la envidia de cualquier ejecutivo moderno” dijo Myo Lay.

Una botella de cerveza de litro cuesta un dólar en Myanmar. Una pequeña pastilla rosa, potente combinación de meta y cafeína conocida como yaba, sale menos de un cuarto de dólar. Este es el paraíso de alcohólicos y drogadictos. En Shan los laboratorios que las fabrican están escondidos en la selva, y su logística ganaría el premio a la innovación del año en una competencia informática, aventajando a la sorprendida inteligencia artificial en cualquier workshop que se les ocurra. También allí los fabricantes de yaba montan clubes nocturnos donde ofrecen cócteles que incluyen ketamina, meta y algún ácido bajativo. Estas drogas han invadido también a Laos y Tailandia, reconstituyendo el célebre Triángulo Dorado. De allí se trafican a India y Bangladesh, que también tienen febriles disputas entre sí.

En Mandalay, la segunda ciudad más grande, cerca de cuarenta extravagantes soldados tatuados armados con rifles automáticos responden a las órdenes de la Junta, y se autodenominan ‘milicia del pueblo’. Su misión encubierta es dominar el tráfico de todas las drogas paradisíacas que se producen en Shan. Uno de ellos, llamado Ye, admitió sin tapujos: “Y sí, rara vez tenemos que combatir, salvo por el control y la obtención de las mayores cantidades de droga para la administración militar”.


[1] Donde se cultiva la mejor amapola del mundo, región que comparte Myanmar con Laos y Tailandia.

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