Autor: Arthur Seymour John Tessimond
Los perros toman nuevos amigos abruptamente y por el olor, los encuentros de gatos son nítidos, táctiles, cariñosos. Los monos intercambian sus pulgas antes de hablar. Serpientes, sin duda, rosca por rosca alcanzan su mutuo conocimiento.
Nosotros entonces, al primer encuentro, deberíamos ser silenciosos, no cortejar la corteza sino la epidermis, no trabajar de adentro afuera sino de afuera a adentro, descubrir la carne de cada uno, su esencia y textura, familiarizarnos con los tendones y las terminaciones nerviosas, las manos, el pelo, antes de abrir los ineptos labios.
En lugar de ser como somos, resonantes, explícitos. Nuestras palabras interceptan como ventanas nuestro sentido. Nuestros cuatro ojos vallan, ceden y torpemente se estremecen en la sombra, deslizándose oblicuos a la emboscada. Las manos se agitan, se retraen. El pulso es aislado. La sangre se torna hacia adentro, solitaria, la piel infeliz… Mientras siempre bajo todo, aunque interrumpidos, estirar antenas… vacilar… y casi… tocar.
traducción: HM