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Cortinas corridas, la puerta entreabierta. Todo el invierno, parecía, comenzaba un oscurecimiento. Pero ahora la luz de la luna y los olores de la calle conspiran y combinan hacia una comunidad.
Estas son las habitaciones de Robinson. Blanqueadas, pálidas, con una luz descolorida, como si todos los amaneceres borroneados de la primavera hubieran encontrado un asilo aquí, quizá para Robinson solo, quien duerme.
Había más música tamizada por los suelos y la luz de la luna de un tipo diferente, él podría despertar para escuchar las noticias a las diez, que serán chocantes, moderadamente.
Este sueño es de cansancio, pero su viejo deseo de morir así conoció una merma. Ahora sólo hay esta frialdad que él tendrá que sobrellevar. Pero no en sueño. Académico observador, viajero, o figura barbuda y tosca acuclillada en una cueva, un tirador de ojo ajustado en las barricadas, un herético en catacumbas, un famoso taimado, un mendigo en las calles, el confidente de papas, todos esos son Robinson en sueño, quien murmura mientras gira “Hay algo en esta casa de locos que yo simbolizo, esta ciudad, pesadilla negra”. El se despertó en sudor a la terrible luz de la luna y lo que podría ser silencio. Zumba como cables más allá de los techos, y las largas cortinas soplan en la habitación.
traducción: HM