Autor: Weldon Kees
Inmanejables como la historia: esos seguidores de Tamuz a la tierra que no ofrecía retorno, donde el polvo se espesaba en cada puerta y pestillo. Y así el mundo se enfrió, y las mujeres lloraron, se arrancaban su cabello. Aún, en los cielos, una diosa gobernaba Sirio, el Perro, que brilla igual sobre madres, lesbianas y putas.
¿Por cuáles somos gobernados? Dido y Carrie Chapman Catt se arreglan como estatuas cerca del patio de recreo y el Tívoli. Mientras calienta los frijoles, la señorita Sanders piensa en el rhamnuso, toda la tierra adorando su cabeza de diosa. Más tarde, vegetales en Atenas. Casta en la mazmorra, desvaneciéndose con voluptuosidad, la Dama del Castillo se casa con el Cristo puro, el novio feudal.
Sus intestinos casi vuelven loco a Swift. «Triste tallo, dulce maldad, estirando las quijadas de un león” escribió Marbode. Ahora nos aferramos juntos en nuestras cuevas. Que no es imposible ella, que se pudre y arruga al sol, la sombra de todos los hombres, la contraparte del hombre, dulce rosa de virtud y gentileza… El burdel y el pesebre resisten. Cazada la razón del pasado. ¡Cómo morimos! Su dolor, su sangre, son nuestras.
traducción: HM