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Robinson a las cartas en el Algonquin; una delgada luz azul desciende una vez más afuera de las persianas. Hombres grises en sobretodos son fantasmas soplados pasando la puerta. Los taxis rayan las avenidas con amarillo, naranja y rojo. Esta es la Gran Central, señor Robinson.
Robinson sobre un techo encima de las Alturas, los botes se lamentan como los perdidos. El agua es pizarra, abajo, a lo lejos. Por sonidos de cubos de hielo caídos en el vaso, un osteópata, vestido para los vínculos, describe un viejo recorrido turístico. –Aquí es de donde saltó el viejo Gibbons, Robinson.
Robinson caminando en el Parque, admirando el elefante. Robinson comprando el Tribune, Robinson comprando el Times. Robinson diciendo “Hola. Sí, este es Robinson. ¿El domingo a las cinco? Me encantaría. Muy bien. ¿Y tú?” Robinson solo en Longchamps, contemplando la pared.
Robinson temeroso, borracho, Robinson sollozando en la cama con una señora Morse. Robinson en casa, decisiones: ¿Toynbee o luminol? Donde el sol brilla, Robinson en troncos florecidos, los ojos hacia los frenos. Donde la noche termina, Robinson en bares del East Side.
Robinson con chaqueta de cuadros Glen y zapatos escoceses, negro cuatro-en-mano y oxford abotonado, el reloj enjoyado y silencioso que se da cuerda a sí mismo, la valija, capa encubierta, ropa para la primavera, todo cubriendo su triste y usual corazón, seco como una hoja de invierno.
traducción: HM