Autor: Leila Soto
En otro capítulo más de la titánica pelea de los enfermeros de la Ciudad de Buenos Aires, sucedió un hecho que puede traducirse también como metáfora. Durante la represión policial se encontraron en la misma situación, pero con roles confrontados un par de hermanos que eligieron distintos trabajos dentro del Estado: uno como policía, el otro enfermero. Como si fuera la obra de Berni, manifestante y represor con los mismos rostros y genes, es algo que motiva a una reflexión y no al simple discurso antiyuta. Sabemos que el trabajo policial no goza de admiración, pero lo cierto es que tampoco los otros trabajos que el Estado debe garantizar. No podemos engañarnos con el hipócrita estereotipo que se construye en torno a quienes deben hacer tareas de cuidado, cura y enseñanza. Su abnegación parece requerir una cuota de martirio y la renuncia a la dignidad de otros trabajos formales.
Porque en las tierras del Martín Fierro, la gran mayoría de los que tienen el monopolio de la fuerza estatal pertenecen a los mismos sectores humildes que los trabajadores precarizados. Se llama estrategia de supervivencia o en tiempos más generosos: estrategias de movilidad social. Acceder a un sueldo fijo, estabilidad laboral y algo de estudios y/o profesionalización ha sido la zanahoria de quienes no heredan más que capacidad de ser económicamente activos. Luego los medios y redes le certificarán a esa persona que es un “exitoso” por puro mérito, y que nada de las políticas públicas contribuye o perjudica esa carrera contra la exclusión. Al final, quienes trabajan para el Estado, son los primero en odiar y despreciar ese rol. Sí, los esclavos modernos administran sus propios latigazos. Pagan mensualmente el vínculo que los convence sobre la inutilidad de la política. Aunque conozcan de memoria el capítulo de los Simpson cuando Bart convierte el “yo no fui” en el mantra y leitmotiv de una Springfield muy parecida a la Argentina de 2001 que riega la patria de muertos a manos de policías o de corrupción al estilo Cromagnon. Cuando todo colapsa lo menos que se cosecha es represión, desidia y un reacomodamiento del poder. Así el pueblo, saltando de crisis en crisis debe construir un proyecto de vida con herramientas envenenadas y escasa información.
Esas elecciones de vida hay que entenderlas en el contexto, para determinadas edades (jóvenes y viejas) si se suman condiciones de vida al filo de la exclusión, las alternativas resultan limitadas, pero válidas en un mundo que ama la competencia (desigual) de todos.
Lamentablemente existe poco tiempo y espacio para cuestionarse esas vocaciones laborales y de vida. Enseñar, curar o cuidar son tareas dignas, pero nada es tan lineal y complejo como parece. Se trata de servicios que funcionan mal, que anidan mediocridad, desinterés y una molesta pasividad. Pero lo peor de todo es la mala prensa que tiene cualquier lucha gremial/profesional. Como si los derechos laborales existieran por generación espontánea. Como si no existiera un 1% de ricos que ven en la flexibilización y sobreexplotación su santo grial. Recuerden humanos que estamos en una etapa del sistema que no encuentra límites a la ambición financiera, no hay planeta ni persona que consideren por encima de sus ganancias, y eso con la complicidad de una sociedad que desprecia toda herramienta colectiva de lucha y transformación. Se vaticina un año donde el “yo no fui o no voté” puede ser un hit. La ley primera de unión entre hermanos es poesía rancia. Hasta los fantasmas de la ciudad son individualistas. Aunque siempre podemos convertirnos todos en Espartaco, o Fuenteovejuna.