Autor: Simon Templeton

Joe Biden está haciendo lo máximo posible para mostrar que el cese de hostilidades entre Israel y Hezbolá en el Líbano es seguro. “Me hace recordar que la paz es posible” declaró en el jardín rosa de la casa blanca, donde los presidentes estadounidenses suelen acicalar más que podar. Aún su florida autocomplacencia jode en este frágil momento. Suena como una burla cruel al pueblo palestino asediado en Gaza y Cisjordania que está siendo masacrado con las armas que él “vendió” a Israel.  

En una tregua que de paz y tranquilidad ha tenido nada, en el segundo día del pomposo anuncio del “cese al fuego” los drones y bombas Israelíes continuaron cayendo en Beirut y alrededores, dejando más muertos y destrucción. Muchos libaneses celebraron y comenzaron el retorno a sus hogares a pesar de las advertencias hebreas. Pero Biden todavía es el presidente y cree que el acuerdo apurará otro pronto “cese al fuego” con Hamas, que Irán y sus aliados dejarán de ser una amenaza, y que se abre el camino para un acuerdo regional más amplio, en uno de los delirios típicos de su senectud.

Es un hecho, por ejemplo, que Benjamin Netanyahu no se ha convertido de repente en una paloma. Habiendo ordenado injustificadamente una invasión a gran escala en el Líbano, precedida por bombardeos y ataques de comandos especiales en Beirut, el genocida líder judío está desistiendo de su operación militar, presentada al público como un éxito, a diferencia del desastre de la guerra de 2006. El poder militar de Hezbollah ha sido seriamente degradado.

Las razones por las cuales Netanyahu se niega a aceptar un “cese al fuego” similar en Gaza no han cambiado. La guerra le vino muy bien política y personalmente. A diferencia de lo ocurrido en el Líbano, aquí busca “la victoria total”. Si le concede a Hamas la liberación de presos palestinos su coalición de extrema derecha se hundirá. La guerra ha mantenido a raya una investigación sobre las fallas de seguridad registradas el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas incursionó en tierra israelí para matar y secuestrar gente, al igual que las causas que tiene ante la justicia nacional por diferentes actos de corrupción.

Lo que sea que logre Biden en los días de declive de su presidencia, Netanyahu no tiene incentivos para concluir la agonía de Gaza antes que su aliado, Donald Trump, asuma el cargo el próximo 20 de enero. Sólo entonces será posible que haga algo. El cese al fuego en el Líbano implica que parte del ejército podrá reagruparse y concentrarse en más áreas de Gaza, forzando su despoblación y anexionando de facto vastas áreas del norte, siguiendo el plan de los brokers inmobiliarios que conducen a la extrema derecha israelí.

La repentina conversión de Biden en abogado de los derechos palestinos, “la gente de Gaza ha atravesado un infierno” dijo, deja especialmente un mal gusto. Más de 45.000 civiles han muerto –la mayoría mujeres y niños- con el presidente gagá negándose a condenar las acciones ilegales de Netanyahu, o a mover un dedo para detener el genocidio.

También es un hecho irrefutable, bajo este acuerdo, que Netanyahu puede realizar el bombardeo que se le antoje en el momento que se le ocurra. Las tropas israelíes tienen 60 días para retirarse, y ese tiempo se puede estirar y seguramente será aprovechado para masacrar a más inocentes. Si Israel, bajo sus parámetros algorítmicos, considera que las fuerzas de Hezbolá traspasan la demarcación del río Litani, entonces estarán habilitados para lanzar sus bombas nucleares a los búnkeres y sedes de sus nuevos jefes. El show del horror se reanudará en cualquier instante. Netanyahu lo sabe y se caga de risa, como amenaza de muerte a los jueces de la Corte Penal Internacional que requirieron su detención por crímenes de guerra.  

Casi olvidados una vez más, y no menos por Netanyahu, están los cerca de 100 rehenes israelíes en paradero desconocido tomados el 7 de octubre. Puede que Hamas esté debilitado por la derrota de Hezbolá. Pero no hay señales inminentes o creíbles de que el grupo terrorista, aunque más maltratado incluso que su aliado libanés, esté dispuesto a renunciar a las «monedas de cambio» que le quedan. Mantiene su exigencia de una retirada total por parte de Israel. De hecho, no hay ningún tipo de negociación en este momento, y las chances de que se pueda evitar “la solución final” de los planificadores sionistas son mínimas.

El sueño idílico de Biden de un Medio Oriente armónico está muy alejado de la cruda realidad. El plan se basa en la normalización de relaciones que propugnó Trump al celebrar tratados entre Israel y varios países árabes, en los llamados acuerdos de Abraham. Estos, se pensó, marginaban a Irán y acercaban a los saudíes a Occidente, a la vez que mantenían a China ajena la cuestión. Sin embargo, desde su celebración los acuerdos entraron en saco roto al proseguir Israel con su genocidio por goteo del pueblo palestino, acelerado luego de la incursión de Hamas del año pasado en territorio hebreo.

Y es que desde el infausto 7 de octubre de 2023 las posiciones de ambos bandos se han endurecido. Mientras que los árabes aún creen en la posibilidad de autodeterminación de los palestinos, Netanyahu y sus fanáticos ortodoxos de ultraderecha frustran cualquier sugerencia de sobrevida del pueblo palestino. Esto no cambiará por una engañosa paz en el Líbano, ni porque al geronte de salida se le ocurra en sus ensueños tontos.

En cuanto a la visión de Trump, él pretende una victoria fácil y entrar de inmediato en el negocio inmobiliario de los lobbystas judíos en Gaza. También demostró un desprecio absoluto por los derechos del pueblo palestino. Así que todo intento de paz de aquí en adelante será abortado de inmediato por su próxima administración.

Otro hecho: Hezbolá fue duramente golpeado pero continúa activo. Irán también se dispone devolverle a Israel golpe por golpe, con la incerteza de su capacidad atómica, ahora que ha suscrito un interesante tratado con la belicosa Rusia de Putin. A esto se añaden los resistentes hutíes de Yemen, que ya les han provocado varios dolores de cabeza a los estrategas estadounidenses…  

Es demasiado optimismo creer que Trump tendrá la sensibilidad suficiente para arreglar la situación terrorífica de Medio Oriente. Su caprichosa incapacidad exacerbará la crónica inestabilidad y las ardientes bombas que caen en la región: un lugar donde frágiles y huidizos “ceses al fuego” meramente enmascaran el verdadero terror de una guerra sin fin y un genocidio a cielo abierto.

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